Test Drive | Page 11

—Murió como un héroe, señor. Aun cuando el lazo de la horca le quitaba la vida, tuvo fuerzas para escupir la cara del gobernador. —¡Ah, ese perro de Wan Guld! No moriré sin haber exterminado antes a ese maldito y a toda su familia, y entregado a las llamas la ciudad que gobierna. No dejaré piedra sobre piedra. ¡Y ahora, amigo, cuéntamelo todo! ¿Cómo los apresaron? —No lo hicieron por la fuerza de las armas, comandante, sino por sorpresa, a traición. Como usted ya sabe, el hermano de usted se había dirigido a Maracaibo para vengar la muerte del Corsario Verde. Éramos ochenta hombres decididos, pero en la embocadura del Golfo nos sorprendió un tremendo huracán que hizo pedazos nuestro barco. Sólo veintisiete hombres pudimos alcanzar la costa. Su hermano nos condujo por los pantanos, y cuando creíamos que encontraríamos refugio, caímos en la emboscada que nos tendió Wan Guld en persona. El Corsario Rojo se defendió como un león, decidido a morir en el campo antes que en la horca. Pero el flamenco lo reconoció y ordenó que lo respetaran. El marinero hizo una pausa. Luego prosiguió: —Conducidos a Maracaibo, después de haber sido injuriados y maltratados por los soldados y la población, nos condenaron a la horca. Pero ayer en la mañana, mi compañero Wan Stiller y yo escapamos estrangulando a nuestro centinela. Desde la espesura asistimos a la muerte de su hermano y de sus animosos filibusteros. Después, durante la noche, y ayudados por un negro, nos embarcamos en la canoa dispuestos a llegar a las Tortugas. Eso es todo, comandante. —Todavía estará colgando de la horca —dijo el Corsario, con una calma terrible. —Durante tres días, señor. —¿Y después lo arrojarán a cualquier basural? —Seguramente, comandante. —¿Tienes miedo? —le preguntó el Corsario, con extraña voz. —¡No! —Entonces me seguirás. —¿Adónde? —Esta noche iremos a Maracaibo y asaltaremos esa ciudad. Iremos nosotros dos y tu compañero. —¿Pero, qué quiere usted hacer? —Recuperar el cadáver de mi hermano —repuso el Corsario. —¡Rayos y truenos! ¡Usted es el filibustero más audaz de las Tortugas! —¡Ve a esperarme en cubierta, y manda que preparen una chalupa! Página 11