Nueva Escuela Secundaria de la Ciudad de Buenos Aires
no hay aprendizaje sin un trabajo personal del alumno, es decir sin estudio;
contribuir a la organización del estudio del alumno
debería ser parte del proyecto del profesor.
En la medida en que el estudio independiente de los
alumnos no se incluya explícitamente en el proyecto de
enseñanza, no se reflexiona acerca de la complejidad
que este supone. El docente tiende a veces a considerar el estudio fuera de la clase como una actividad
privada del alumno y acerca de la cual no tiene ninguna responsabilidad. A su vez, resulta difícil para los
alumnos comprender la especificidad que adquiere el
estudio en matemática –como también la tiene estudiar
en cada una de las disciplinas–.
Estudiar significa mucho más que resolver ejercicios de la carpeta o similares, aunque esta actividad
está incluida en el estudio. Sabemos que estudiar un
concepto involucra, entre otras cosas, relacionarlo con
otros conceptos, identificar qué tipos de problemas se
pueden resolver y cuáles no con esta herramienta, saber cuáles son los errores más comunes que se han
cometido en la clase como parte de la producción y por
qué. Como es sabido, cada disciplina tiene una especificidad en su quehacer, tiene formas particulares de
producir, de comunicar y validar conocimientos. Estas
formas específicas deben estar incluidas en el estudio;
es decir, el alumno no puede estudiar desconociendo,
por ejemplo, las maneras de establecer la verdad en
matemática. Estas formas específicas de producir conocimiento, de validarlo y de comunicarlo deben estar
incluidas en la enseñanza y en el estudio del alumno.
Estudiar supone, pues, resolver problemas, construir
NES
estrategias de validación, comunicar y confrontar con
otros el trabajo producido y reflexionar sobre el propio
aprendizaje. Resulta entonces fundamental dar lugar,
en clase, a la orientación de la tarea personal tanto
como a su recuperación posterior.
La evaluación en la escuela puede ser pensada tanto para tener elementos relativos a la marcha de los
aprendizajes de los alumnos como para obtener información que permita tomar decisiones de manera más
racional y fundamentada para mejorar la enseñanza. La
falta de aprendizaje no puede ser inmediatamente asumida como responsabilidad de los estudiantes por su
falta de compromiso con la tarea; tampoco ser adjudicada a la falta de capacidad para la actividad matemática. Una preocupación central en esta área es la fuerte
tendencia que ha habido a catalogar a los alumnos de
“buenos” o “duros” en matemática. Esta distinción reposa sobre el supuesto de que la matemática es una
disciplina para algunos que son rápidos, inteligentes,
etcétera. Partimos, por el contrario, del supuesto de
que todos los alumnos pueden aprender matemática
bajo ciertas condiciones didácticas. Sin duda, existen
diferencias individuales entre los alumnos, y pueden ser
necesarias propuestas específicas que consideren alternativas en tiempos y modalidades, pero en el marco
de las mismas finalidades y enfoque.
El desafío consiste en evaluar los progresos de cada
alumno en relación con los conocimientos que él mismo tenía y en relación con lo que ha sido enseñado
en el aula, lo que ha sido objeto de trabajo y ahora es
evaluado. Es necesario dar nuevas y variadas oportunidades de aprender a quien no lo ha hecho todavía. Evaluar los progresos implica comparar los conocimientos
Matemática
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