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87 Estética mos a ser todos, de nuevo, constructores…Todavía no hay arquitectos. Todos nosotros no hacemos sino preparar el camino para aquel que un día merecerá tal nombre, porque arquitecto significa señor del arte…(todas las artes se unificarán) bajo las alas de una arquitectura más grande.”11 La escuela de la Bauhaus, fundada en este momento por el mismo Gropius, encabeza su primer programa con una imagen de la catedral de cristal, realizada por Feininger, y se expresa también como matriz de esa actividad difractada de los oficios. La arquitectura real o figurada en el marco expresionista se erige en la imaginación ya no sólo como deslumbrante cristal en la cima del mundo, sino como expandido espacio interior, como útero o caverna, pero de descomunales proporciones, henchido, tal y como muestra la obra, construida o no, de Hans Poelzig (1869-1936), que no en vano se edifica en el lugar del teatro o del edificio para la sacralizada representación musical. El ensalzamiento de la arquitectura se alimenta así de la totalidad de estos argumentos post-románticos, y deriva en una etapa de especial fortuna de la obra: el lugar que le da la fuerza necesaria, de orden estético, para poder sobremontar su aislamiento ancestral y con él las ligaduras de una tradición normativa, ya no solamente de la clásica, sino de la generada en cualquier estilismo. Proceso necesario para establecer las bases de su depuración actual: de la búsqueda de sus esencias, y también de sus compromisos con la cultura y con la sociedad que la habita. De algún modo, la arquitectura es, de todas las artes definidas en el momento central del XVIII, la única en demorar su crisis definitiva. Todas las artes han trazado ya sus episodios finales, la música ha cuestionado ya no sólo la armonía sino la pertinencia de una tradición elitista, culta, y se ha vuelto hacia sus orígenes en las manifestaciones espontáneas o hacia el mero ruido, incluso hacia el silencio; la pintura ha abandonado radicalmente el soporte del plano ilusorio, derribando el realismo matérico de la escultura, invadiendo los espacios reales e incluso estableciéndose en el transcurso del tiempo a través de las exploraciones de su acontecer, se ha disuelto en ellas; y la literatura se fatiga elaborando el continuo escenario de su propia muerte y disolución. El mundo contemporáneo se asoma a los espejismos de la realidad virtual o se repliega hacia la humildad de lo artesanal. Sólo la arquitectura parece ocupar todavía el privilegio de una posición relativamente estable, la constante aproximación a lo útil parece preservarla de la caída en un nihilismo radical. La arquitectura mantiene esa oferta de acogida a un sinnúmero de realidades posibles, fluctuantes, de las cuales representa fondo o contrapunto, para las cuales es contenedor en sus constantes derivas. Desde este lugar, estable con respecto al todo, mantiene el despliegue de recursos estéticos elaborados en sus últimos episodios: el puro presentar de la materia, de la forma que la contiene o rebasa, incluso de la referencia ocasional, erudita, a su tradición histórica. La arquitectura se puede permitir la ironía o la nostalgia, el mantenimiento del valor simbólico que remite a las emociones más huidizas, la belleza pura de lo absoluto en la forma, la lógica de lo que se construye. De algún modo, la arquitectura parece haber recogido la totalidad de las intenciones estéticas; acaso en Introducción a la exposición de la obra de los jóvenes arquitectos reunidos como “desconocidos”. 11 © Los autores, 2001; © Edicions UPC, 2001.