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Estética
mos a ser todos, de nuevo, constructores…Todavía no hay arquitectos. Todos nosotros no hacemos sino preparar el camino para aquel que un
día merecerá tal nombre, porque arquitecto significa señor del arte…(todas las artes se unificarán) bajo las alas de una arquitectura más
grande.”11 La escuela de la Bauhaus, fundada
en este momento por el mismo Gropius, encabeza su primer programa con una imagen de la
catedral de cristal, realizada por Feininger, y se
expresa también como matriz de esa actividad
difractada de los oficios. La arquitectura real o
figurada en el marco expresionista se erige en
la imaginación ya no sólo como deslumbrante
cristal en la cima del mundo, sino como expandido espacio interior, como útero o caverna, pero
de descomunales proporciones, henchido, tal y
como muestra la obra, construida o no, de Hans
Poelzig (1869-1936), que no en vano se edifica
en el lugar del teatro o del edificio para la sacralizada representación musical.
El ensalzamiento de la arquitectura se alimenta así de la totalidad de estos argumentos
post-románticos, y deriva en una etapa de especial fortuna de la obra: el lugar que le da la
fuerza necesaria, de orden estético, para poder
sobremontar su aislamiento ancestral y con él
las ligaduras de una tradición normativa, ya no
solamente de la clásica, sino de la generada en
cualquier estilismo. Proceso necesario para establecer las bases de su depuración actual: de la
búsqueda de sus esencias, y también de sus compromisos con la cultura y con la sociedad que la
habita.
De algún modo, la arquitectura es, de todas
las artes definidas en el momento central del
XVIII, la única en demorar su crisis definitiva.
Todas las artes han trazado ya sus episodios
finales, la música ha cuestionado ya no sólo la
armonía sino la pertinencia de una tradición elitista, culta, y se ha vuelto hacia sus orígenes
en las manifestaciones espontáneas o hacia el
mero ruido, incluso hacia el silencio; la pintura
ha abandonado radicalmente el soporte del plano
ilusorio, derribando el realismo matérico de la
escultura, invadiendo los espacios reales e incluso
estableciéndose en el transcurso del tiempo a
través de las exploraciones de su acontecer, se ha
disuelto en ellas; y la literatura se fatiga elaborando el continuo escenario de su propia muerte y
disolución. El mundo contemporáneo se asoma a
los espejismos de la realidad virtual o se repliega
hacia la humildad de lo artesanal. Sólo la arquitectura parece ocupar todavía el privilegio de
una posición relativamente estable, la constante
aproximación a lo útil parece preservarla de la
caída en un nihilismo radical. La arquitectura
mantiene esa oferta de acogida a un sinnúmero
de realidades posibles, fluctuantes, de las cuales
representa fondo o contrapunto, para las cuales
es contenedor en sus constantes derivas. Desde
este lugar, estable con respecto al todo, mantiene
el despliegue de recursos estéticos elaborados en
sus últimos episodios: el puro presentar de la
materia, de la forma que la contiene o rebasa,
incluso de la referencia ocasional, erudita, a su
tradición histórica. La arquitectura se puede permitir la ironía o la nostalgia, el mantenimiento
del valor simbólico que remite a las emociones
más huidizas, la belleza pura de lo absoluto en la
forma, la lógica de lo que se construye. De algún
modo, la arquitectura parece haber recogido la
totalidad de las intenciones estéticas; acaso en
Introducción a la exposición de la obra de los jóvenes arquitectos
reunidos como “desconocidos”.
11
© Los autores, 2001; © Edicions UPC, 2001.