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Estética
Otra cuestión, siguiendo a Kant, diferencia
a la arquitectura de la escultura: la necesaria conformidad de la arquitectura a un fin, en concreto,
a un fin arbitrario. En el momento de valorar las
distintas clasificaciones, la poesía se alza sobre
todas las artes, seguida en parte por la música, y
las artes de la forma se posponen a un segundo
lugar, la cabeza del cual es la pintura. Arthur
Schopenhauer, en su obra central El mundo como
voluntad y como representación, publicado en
1818, vuelve sobre la clasificación y ordenación
de las artes y relega de nuevo la arquitectura a
la última posición. Esta vez, el argumento determinante es la materialidad de la obra arquitectónica, que le corta el vuelo hacia la objetivación
de los conceptos más etéreos de las otras artes: su
implicación material, su interés y, por supuesto,
su obediencia a una necesidad vital, le impiden
representar una verdadera función estética, que
en la concepción de Schopenhauer, siguiendo a
Kant, consiste precisamente en la suspensión de
la voluntad, es decir, en el desinterés.
Acaso la reflexión que por las mismas
fechas elabora Hegel, expuesta en sus Lecciones
de Estética, editadas por primera vez en 1835, sea
de mayor aproximación a lo singular de la arquitectura. Asignándole un papel central en la historia de la humanidad, entendida como irrevocable cumplimiento de la andadura temporal del
espíritu: pero un papel elemental, como infancia
de las artes, desarrollada en la etapa más oscura
de esa historia del hombre que es esbozo de la
Historia. Ordenación de la materia ciega e inerte,
primer cubrimiento del templo que requiere el
dios: “sus materiales proceden de la vulgar materia exterior, bajo formas de masas mecánicas
y pesadas. La hechura de esos materiales es
una hechura exterior, ejecutada según las reglas
abstractas de la simetría.”10 Hegel reconoce la
textura matemático-geométrica de lo arquitectónico, su esencial abstracción. Cualidad que también Kant había entrevisto. Pero apenas guarda
memoria, salvo en el recorrido de la etapa clásica, de los compromisos historicistas de la arquitectura que su mismo siglo ve desarrollarse en
el campo real de lo construido. Estos ejemplos
sirven para verificar la marginalidad de la arquitectura, al mismo tiempo que certifican de qué
manera, en el interior de un pensamiento estético decimonónico, es imprescindible su colaboración para establecer y cerrar el círculo estrecho
de la familia de las bellas artes.
Es evidente que la familiaridad de las artes
es de nuevo una ficción teórica y que la reflexión
crítica del siglo XX se ha ocupado ya de denunciarlo así, a través no sólo del pensamiento estético, sino fundamentalmente de su realización
en los sucesivos episodios de vanguardia. En el
intermedio de estas situaciones, entre la jerárquica familia de las bellas artes que se elabora en
el XVIII y que se mantiene en la primera mitad
del XIX, y la crisis radical de las clasificaciones
en la cual vivimos actualmente, la arquitectura
recupera un papel central y un discurso común a
las otras artes.
El Romanticismo, como corriente estética
generada en la creación poética, es la base última
de una nueva tradición estética, que en cierto
modo es la tradición de la crisis, como ha observado Octavio Paz: “la tradición de la ruptura”.
En las reflexiones de los poetas románticos, y ya
no en las sistematizaciones teóricas de una filosofía que sin duda está influida por ellos, la creaHegel, G. W. F., Lecciones de Estética, Península, Barcelona,
1997, p. 146.
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© Los autores, 2001; © Edicions UPC, 2001.