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Introducción a la arquitectura. Conceptos fundamentales
tura el problema del estilo, que en definitiva es el
problema de la tradición, parece representar un
episodio crucial, mientras las otras artes figurativas se centran en su relación con la realidad, y
por tanto con la verdad, o se esfuerzan en elaborar la figura esencial para ellas del creador. La
solidez de los argumentos que habían ya encerrado a la arquitectura en el complejo de virtudes
ineludibles del clasicismo, consolida también su
peculiar manera de remontar la propia tradición
estética. La arquitectura del XIX libra una batalla entre las máscaras de sus distintos estilos para
poder elaborar en el futuro el discurso de sus
esencias. De algún modo, esos elementos esenciales van siendo desbrozados de recursos estilísticos a lo largo de todo el siglo y en los principios del XX.
La irrupción de las primeras obras que
contienen el valor de las renovadas virtudes estéticas tiene en arquitectura la fuerza de la desnudez, del despojamiento. Tiene un valor purgativo: las elementales presencias de la estructura
en la obra de Auguste Perret y Peter Berhens;
las vacías superficies de las construcciones de
Adolf Loos. Las obras que se construyen, o simplemente proyectan, en las últimas décadas del
siglo XIX y a principios del XX, antes de la frontera marcada por la guerra del 14, aparecen ya
como los armazones sobre los cuales, como en
una página en blanco, va a ser capaz de construir
el movimiento moderno los trazos fundacionales
de una nueva tradición.
La unión de las artes.
El papel de la arquitectura
La arquitectura se singulariza justamente
al elaborar sus principios estéticos: es la práctica más convencida de su necesaria expresión
matemática y geométrica, que sustituye la premisa de la imitación propia de la pintura y de la
escultura; es la más racionalista de las artes, la
más cercana al discurso de las ciencias, al que
sigue también por sus compromisos funcionales
y constructivos; y es la que con mayor intensidad
utiliza la propia tradición, al surtirse de las imágenes de su misma memoria histórica, cosa que
la aproxima, en cambio, a la literatura. Aunque
la arquitectura dispone, con respecto de la literatura, un imaginario concreto, irreductible al
orden conceptual de las figuras del lenguaje.
Acaso por esta serie de singularidades, los
debates estéticos de la arquitectura transcurren
de manera marginal con respecto al debate central de las artes. Ha sido recurrente en los discursos estéticos a partir del siglo XVIII, empeñados en establecer un jerarquía entre las artes,
el rechazo, o como mínimo la marginación al
último lugar, de la arquitectura. En las concepciones estéticas más elaboradas, aquello que margina a la arquitectura es, fundamentalmente, la
utilidad y el trato con la materia. Kant, en su
Crítica de la facultad de juzgar (1790), la clasifica dentro del concepto de “artes de la forma”,
entre las llamadas por él “artes de la palabra”,
oratoria y poesía, y las llamadas “artes del bello
juego de las sensaciones”, música y arte de los
colores; y, dentro de las artes de la forma, en el
de aquellas que expresan una “verdad sensible”,
junto a la escultura, frente a las que expresan una
“apariencia sensible”, cuyo centro es la pintura.
© Los autores, 2001; © Edicions UPC, 2001.