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Introducción a la arquitectura. Conceptos fundamentales
un argumento trascendente de la esencia de la
belleza que la Antigüedad no había aplicado a
sus facturas, a sus construcciones, la asociación
entre luz y verdad: la revelación de la verdad
en la luz que Platón expresa en algunos de los
textos fundamentales, llegados a manos de los
pensadores cristianos de manera directa o indirecta, textos como El Banquete, La República o
el Timeo.5 Ecos de la especial simbología de la
luz que se encuentran ya en las obras de Agustín,
de Boecio, de Dionisio, falso discípulo de San
Pablo en su predicación ateniense en el Areópago, antes del siglo VI; y más tarde, formando
un eco de enlaces verbales y textuales característico del saber medieval denominado escolástico, propio de la baja Edad Media, volvemos a
encontrar resonancias del argumento luminoso en
Tomás de Aquino, concretamente en sus comentarios a Dionisio.6 En todos ellos, la esencia de
la luz como verdad revierte en una identificación
del dios único de los cristianos con ella: la luz
es su símbolo. Los hábitos mentales del hombre
medieval, que lo inclinan hacia la utilización de
los símbolos y hacia una percepción de lo real en
términos simbólicos, posibilitan la propagación
de esta premisa que podemos llamar estética,
dado que se inscr ibe en el ámbito de lo bello, que
se mantiene unido a lo verdadero y a lo bueno.
También el ideal de las proporciones, la
confianza en un mundo armónico, aunque más
recóndito que el natural en el trasfondo de las
ideas medievales, se mantiene unido a estas definiciones que asocian la verdad, la única belleza
posible, y la divinidad. La belleza como verdad
platónica no sólo se manifiesta en la luz, sino
que, y acaso antes de esto, es “fundamentalmente
eterna, inmutable, permanente y esencial.”7 Y,
también en el Timeo, diálogo platónico muy
conocido en toda la Edad Media, asistimos a la
creación del mundo por parte del demiurgo como
una compleja operación que inviste de orden
matemático al universo. En la tradición neoplatónica y cristiana, estas razones parecen adquirir todavía un mayor carácter estético, es decir,
vincularse en mayor medida a lo esencial de lo
bello como verdadero. Dios es causa de la armonía, consonantia, de todas las cosas. La tradición
medieval mantiene así la asociación perceptiva
de la música en forma de armonía y la razón
matemática como fuente de ese mismo efecto
armónico: Agustín y Boecio son el más importante vehículo transmisor de las ideas pitagóricas, relacionadas con el saber musical, hacia el
sistema estético medieval.8 Y lo bello, así, se
mantiene cifrado en la presencia de las debidas y
justas proporciones.
La arquitectura monástica anterior al
siglo XII tiende a asumir este esencial de
orden, mesura, que constituye un buen reflejo
formal del ideal de vida reglada. La arquitectura carolingia que impone definitivamente la
regla de San Benito a la vida monástica ya
es inducida en este sentido a la regularidad
extrema, simbólica también, de la geometría.
Y las reformas de Cluny en el siglo XI, y del
Cister en el XII, no sólo recrean esta regularidad y este principio de proporción, sino que
En rigor, el Timeo es el único texto platónico completo que se
mantuvo durante toda la tradición medieval.
6
Sobre las revisiones de los conceptos platónicos: estética de la
Edad Media, v. De Bruyne, E., La estética de la Edad Media, Visor,
Madrid, 1987; y Coomaraswamy, Ananda K., Teoría medieval de
la belleza, Ediciones de la tradición unánime, Palma de Mallorca,
1987.
7
Platón, El Banquete. (Obras Completas, Aguilar, Madrid, 1966).
8
Ambos legaron textos sobre la música que recogían la tradición
teórica, matemática y musical de la Antigüedad.
5
© Los autores, 2001; © Edicions UPC, 2001.