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78 Introducción a la arquitectura. Conceptos fundamentales un argumento trascendente de la esencia de la belleza que la Antigüedad no había aplicado a sus facturas, a sus construcciones, la asociación entre luz y verdad: la revelación de la verdad en la luz que Platón expresa en algunos de los textos fundamentales, llegados a manos de los pensadores cristianos de manera directa o indirecta, textos como El Banquete, La República o el Timeo.5 Ecos de la especial simbología de la luz que se encuentran ya en las obras de Agustín, de Boecio, de Dionisio, falso discípulo de San Pablo en su predicación ateniense en el Areópago, antes del siglo VI; y más tarde, formando un eco de enlaces verbales y textuales característico del saber medieval denominado escolástico, propio de la baja Edad Media, volvemos a encontrar resonancias del argumento luminoso en Tomás de Aquino, concretamente en sus comentarios a Dionisio.6 En todos ellos, la esencia de la luz como verdad revierte en una identificación del dios único de los cristianos con ella: la luz es su símbolo. Los hábitos mentales del hombre medieval, que lo inclinan hacia la utilización de los símbolos y hacia una percepción de lo real en términos simbólicos, posibilitan la propagación de esta premisa que podemos llamar estética, dado que se inscr ibe en el ámbito de lo bello, que se mantiene unido a lo verdadero y a lo bueno. También el ideal de las proporciones, la confianza en un mundo armónico, aunque más recóndito que el natural en el trasfondo de las ideas medievales, se mantiene unido a estas definiciones que asocian la verdad, la única belleza posible, y la divinidad. La belleza como verdad platónica no sólo se manifiesta en la luz, sino que, y acaso antes de esto, es “fundamentalmente eterna, inmutable, permanente y esencial.”7 Y, también en el Timeo, diálogo platónico muy conocido en toda la Edad Media, asistimos a la creación del mundo por parte del demiurgo como una compleja operación que inviste de orden matemático al universo. En la tradición neoplatónica y cristiana, estas razones parecen adquirir todavía un mayor carácter estético, es decir, vincularse en mayor medida a lo esencial de lo bello como verdadero. Dios es causa de la armonía, consonantia, de todas las cosas. La tradición medieval mantiene así la asociación perceptiva de la música en forma de armonía y la razón matemática como fuente de ese mismo efecto armónico: Agustín y Boecio son el más importante vehículo transmisor de las ideas pitagóricas, relacionadas con el saber musical, hacia el sistema estético medieval.8 Y lo bello, así, se mantiene cifrado en la presencia de las debidas y justas proporciones. La arquitectura monástica anterior al siglo XII tiende a asumir este esencial de orden, mesura, que constituye un buen reflejo formal del ideal de vida reglada. La arquitectura carolingia que impone definitivamente la regla de San Benito a la vida monástica ya es inducida en este sentido a la regularidad extrema, simbólica también, de la geometría. Y las reformas de Cluny en el siglo XI, y del Cister en el XII, no sólo recrean esta regularidad y este principio de proporción, sino que En rigor, el Timeo es el único texto platónico completo que se mantuvo durante toda la tradición medieval. 6 Sobre las revisiones de los conceptos platónicos: estética de la Edad Media, v. De Bruyne, E., La estética de la Edad Media, Visor, Madrid, 1987; y Coomaraswamy, Ananda K., Teoría medieval de la belleza, Ediciones de la tradición unánime, Palma de Mallorca, 1987. 7 Platón, El Banquete. (Obras Completas, Aguilar, Madrid, 1966). 8 Ambos legaron textos sobre la música que recogían la tradición teórica, matemática y musical de la Antigüedad. 5 © Los autores, 2001; © Edicions UPC, 2001.