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77 Estética sin espíritu analítico y se urden en torno al concepto básico de proporción, de relación, de adecuación y mesura. Es decir, se cifran en términos de una herencia cultural establecida por la tradición griega, y los perpetúan, los ceden al futuro, sin posibilidad de respuesta, como elementos constitutivos de lo esencial de la arquitectura. En la célebre tríada Firmitas, utilitas, venustas, es éste último término el que se refiere a la belleza, a la diosa de la belleza, Venus; se nos da un análisis sintético y lúcido, pero no reflexivo, sino dogmático, de lo esencial arquitectónico. El despliegue en términos múltiples de aquello que la arquitectura debe cumplir constituye un incremento y un cúmulo de conceptos enlazados con ese esencial común de un orden necesario, geométrico y numérico, que emana del orden del cosmos, también descrito en sus libros, matriz de la totalidad de las cosas, y que garantiza la pertinencia de la construcción. La elaboración de un discurso estético relativo a la arquitectura romana, identificada como emblema con la arquitectura clásica, en un sentido que remonta la singularidad de las etapas históricas, vendrá dada por la teoría arquitectónica del Renacimiento y reflejada en las unidades concretas de las obras que se construirán en términos de clasicismo, primero en la Italia del siglo XV y después en toda Europa, y en los espacios colonizados por los estados modernos a partir del siglo XVI. En este sistema singular que constituye la tradición del clasicismo en la Edad Moderna, las bases de la relación entre arquitectura y belleza se habrán transformado hasta tal punto que merecen una revisión independiente. Claritas La arquitectura que deriva de las formas de la arquitectura romana, en Occidente y en el ámbito del Mediterráneo, mantiene el vínculo entre la obra de arquitectura y la realidad del mundo que se establece en torno al concepto de proporción y mesura. Aunque la expansión ornamental y formal, espacial, que había sentido la arquitectura del Imperio desbordaba la semilla de belleza que había sido sembrada en los orígenes de nuestra tradición cultural por los griegos. La desbordaba al inventar una secuencia interminable de formas arquitectónicas, al multiplicar la complejidad volumétrica de la arquitectura, en su interior y en su envolvente, y la concatenación de esas figuras, al explorar el haz de luces que atraviesan el espacio. Pero la incesante superposición de tramas y figuras que dotaron de carácter a la arquitectura de Roma no alcanzó a establecer una conciencia estética de lo específico en ella. O no hemos llegado a descifrarlo en la también compleja trama de acontecimientos que surten de escollos continuos los tiempos del Imperio y de su desmoronamiento en Occidente, así como los espacios de su sobrevivencia en el ámbito del Imperio de Oriente, en Bizancio. Sólo en la tradición renovada de pensamiento que constituye el cristianismo vemos recreada alguna nueva figura de lo bello que afectará de manera clara las estructuras arquitectónicas. Invirtiendo, parcialmente, el fenómeno de la construcción en la etapa de dominio del imperio de la Roma antigua: estableciendo una posible causa formal en el orden de un discurso trascendente. Los pensadores cristianos recrean las ideas platónicas, a través del neoplatonismo extendido en la antigüedad tardía. Recuperan © Los autores, 2001; © Edicions UPC, 2001.