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Estética
sin espíritu analítico y se urden en torno al concepto básico de proporción, de relación, de adecuación y mesura. Es decir, se cifran en términos de una herencia cultural establecida por la
tradición griega, y los perpetúan, los ceden al
futuro, sin posibilidad de respuesta, como elementos constitutivos de lo esencial de la arquitectura. En la célebre tríada Firmitas, utilitas,
venustas, es éste último término el que se refiere
a la belleza, a la diosa de la belleza, Venus; se
nos da un análisis sintético y lúcido, pero no
reflexivo, sino dogmático, de lo esencial arquitectónico. El despliegue en términos múltiples de
aquello que la arquitectura debe cumplir constituye un incremento y un cúmulo de conceptos
enlazados con ese esencial común de un orden
necesario, geométrico y numérico, que emana
del orden del cosmos, también descrito en sus
libros, matriz de la totalidad de las cosas, y que
garantiza la pertinencia de la construcción.
La elaboración de un discurso estético
relativo a la arquitectura romana, identificada
como emblema con la arquitectura clásica, en un
sentido que remonta la singularidad de las etapas
históricas, vendrá dada por la teoría arquitectónica del Renacimiento y reflejada en las unidades concretas de las obras que se construirán en
términos de clasicismo, primero en la Italia del
siglo XV y después en toda Europa, y en los
espacios colonizados por los estados modernos a
partir del siglo XVI. En este sistema singular que
constituye la tradición del clasicismo en la Edad
Moderna, las bases de la relación entre arquitectura y belleza se habrán transformado hasta tal
punto que merecen una revisión independiente.
Claritas
La arquitectura que deriva de las formas de la
arquitectura romana, en Occidente y en el ámbito
del Mediterráneo, mantiene el vínculo entre la
obra de arquitectura y la realidad del mundo que
se establece en torno al concepto de proporción
y mesura. Aunque la expansión ornamental y
formal, espacial, que había sentido la arquitectura del Imperio desbordaba la semilla de belleza
que había sido sembrada en los orígenes de nuestra tradición cultural por los griegos. La desbordaba al inventar una secuencia interminable de
formas arquitectónicas, al multiplicar la complejidad volumétrica de la arquitectura, en su interior y en su envolvente, y la concatenación de
esas figuras, al explorar el haz de luces que atraviesan el espacio. Pero la incesante superposición de tramas y figuras que dotaron de carácter
a la arquitectura de Roma no alcanzó a establecer
una conciencia estética de lo específico en ella.
O no hemos llegado a descifrarlo en la también
compleja trama de acontecimientos que surten
de escollos continuos los tiempos del Imperio y
de su desmoronamiento en Occidente, así como
los espacios de su sobrevivencia en el ámbito del
Imperio de Oriente, en Bizancio.
Sólo en la tradición renovada de pensamiento que constituye el cristianismo vemos
recreada alguna nueva figura de lo bello que
afectará de manera clara las estructuras arquitectónicas. Invirtiendo, parcialmente, el fenómeno
de la construcción en la etapa de dominio del
imperio de la Roma antigua: estableciendo una
posible causa formal en el orden de un discurso
trascendente. Los pensadores cristianos recrean
las ideas platónicas, a través del neoplatonismo
extendido en la antigüedad tardía. Recuperan
© Los autores, 2001; © Edicions UPC, 2001.