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Técnica
imagen del ejército es en sí misma un modelo
para un futuro de objetos seriados. También lo
es la regularidad de la letra de imprenta, como
es un producto seriado el libro. La demanda de
la guerra puso en marcha el ingenio humano
para la obtención masiva de hierro, que mejoró
progresivamente los hornos hasta su perfeccionamiento a mediados del siglo XVIII. El cañón,
además de devorar hierro, fue el primer modelo
para llegar a la máquina de vapor y, a través
de ella, a un motor de compresión. La clave
para el rendimiento de la máquina de vapor fue
el perfeccionamiento del cilindro a partir de
las técnicas para la perforación de los cañones,
aplicadas por Wilkinson a los primeros modelos. Las armas y los libros fueron los primeros
objetos estandarizados.
Los productos textiles vinieron con ellos,
para vestir a los ejércitos, y para tramar los tejidos
con los que se vistió mejor, aunque con mayor uniformidad, la sociedad burguesa. Dejando aparte
la peculiar industria del libro, las primeras industrias de productos bélicos y textiles fueron iniciadas en el siglo XVII, generalizadas en el XVIII
y llegaron a masificarse en el XIX, causando en
este punto un cuadro completo de transformación
de la sociedad que ha sido descrito como Revolución Industrial. Las industrias arrastraban tras
de sí las máquinas para el transporte de materiales requeridos en el proceso y de materiales
resultantes del proceso, de residuos. Impulsaron
el desarrollo de las máquinas motoras, del transporte, y de las máquinas productoras. Las industrias pudieron, a principios del XIX, producir
hierro en masa, de fundición vertido en moldes, o
hierro dulce para la forja, que servía para la construcción de ferrocarriles y máquinas, y que podía
aplicarse también a la construcción.
En el ámbito constructivo existe desde su
origen la necesidad de regularidad. Son regulares los ladrillos, fabricados en moldes. Medidos
basándose en el cuerpo del hombre, son también
medida. Los sillares deben ser también regulares,
aunque su regularidad requiere mayor esfuerzo
humano, ya que no se enmoldan, sino que se
amoldan mediante la labra. Y, en el mundo clásico, fue también regular la ornamentación, representando un ideal estético concreto. La lógica de
la construcción demanda regularidad. La medida
no fue universal hasta finales del XVIII, si consideramos el patrón del metro como el primer
universal establecido con el suficiente rigor, pero
cada obra arquitectónica, desde la gran pirámide
de Gizah, organizó para sí un completo sistema
de medidas destinado a relacionar y regularizar
formas y elementos constructivos. La vara del
arquitecto medieval era el patrón de la catedral.
Así, salvando el ladrillo, acaso el primer objeto
constructivo seriado, la inteligencia y las manos
de los hombres obtenían por el esfuerzo la necesaria regularidad para poder llevar a término la
obra. La proeza del gótico se levanta sobre una
infinitud de pequeños sillares regulares de los
cuales ha quedado la marca de las manos diversas que los habían conseguido. Las marcas de
la piedra de un templo medieval, que también
servían para recontar el trabajo y para pagarlo,
distinguían entre sí lo aparentemente uniforme.
Pero el camino hacia una regularidad completa
lo inició el Renacimiento. La regularidad se
convirtió en premisa estética de la arquitectura,
barriendo la ornamentación medieval que se
entregaba al gusto individual, tendido sobre la
necesaria uniformidad de los elementos constructivos.29 En el orden de los nuevos valores clásicos, los elementos visibles, todavía trabajados
© Los autores, 2001; © Edicions UPC, 2001.