Test Drive | Page 33

-Decidme, vos tenéis otro nombre infinitamente más bello que el de Marianna Guillonk, ¿verdad? -¿Cuál? -preguntaron a un tiempo el lord y la joven. -¡Sí, sí! -exclamó con más fuerza Sandokán-. ¡Sólo vos podéis ser la criatura que todos los indígenas llaman la Perla de Labuán!... El lord hizo un ademán de. sorpresa y una profunda arruga surcó su frente. -Amigo mío -dijo con voz grave-. ¿Cómo puede ser que vos sepáis esto, si me habéis dicho que veníais de la lejana península malaya? -No es posible que este sobrenombre haya llegado hasta vuestro país -añadió lady Marianna. -No lo oí en Shaja -respondió Sandokán, que casi se había traicionado-, sino en las islas Romades, en cuyas playas desembarqué hace unos días. Allí me hablaron de una joven de incomparable belleza, de ojos azules y cabellos perfumados como los jazmines de Borneo; de una criatura que cabalgaba como una amazona y que cazaba valerosamente las fieras; de una vaporosa jovencita a la que muchas tardes, al caer el sol, se veía aparecer por las orillas de Labuán, fascinando a los pescadores de las costas. ¡Ah, milady, también yo un día quiero oír esa voz! -¿Todas esas virtudes me atribuyen? -respondió la joven riendo. -¡Sí, y veo que los hombres que me hablaron de vos no han exagerado! -exclamó el pirata apasionadamente. -Adulador -dijo ella. -Querida sobrina -dijo lord Guillonk-. Embrujarás también a nuestro príncipe. -¡Yo estoy seguro de ello! -exclamó Sandokán-. Y, cuando deje esta casa para volver a mi lejano país, diré a mis compatriotas que una joven blanca ha vencido el corazón de un hombre que creía tenerlo invulnerable. La conversación duró todavía un poco, girando ya sobre la patria de Sandokán, los piratas de Mompracem o sobre Labuán; después, llegada la noche, el lord y la oven se retiraron. Cuando el pirata se vio solo, permaneció largo tiempo inmóvil, con los ojos fijos en la puerta por donde había salido aquella jovencita. Parecía presa de profundos pensamientos y de una viva conmoción. Quizá en aquel corazón, que nunca hasta entonces había latido por una mujer, estaba desencadenándose en aquel momento una terrible tempestad. De pronto, Sandokán se estremeció, y algo así como un sonido ronco se agolpó en el fondo de su garganta, pronto a irrumpir, pero los labios permanecieron cerrados, y apretó los dientes con más fuerza, rechinando largamente. Permaneció algunos minutos así, inmóvil, con los ojos ardiendo, el rostro alterado, la frente perlada de sudor, las manos escondidas entre los largos y abundantes cabellos; luego, aquellos labios que no querían abrirse, se movieron y dejaron escapar un nombre: -¡Marianna! Entonces el pirata ya no pudo contenerse. -¡Ah! -exclamó, casi con rabia, y retorciéndose las manos-. ¡Siento que estoy enloqueciendo.: que...la amo...! Página 33