Test Drive | Page 34

7 Curación y amor Lady Marianna Guillonk había nacido bajo el hermoso cielo de Italia, en las orillas del espléndido golfo de Nápoles, de madre italiana y de padre inglés. Quedó huérfana a los once años y, heredera de una considerable fortuna, fue recogida por su tío James, el único pariente que se encontraba entonces en Europa. En aquellos tiempos, James Guillonk era uno de los más intrépidos lobos de mar del mundo, propietario de una nave armada y equipada para la guerra, que le ser vía para cooperar con James Brooke, el cual se convirtió más tarde en rajá de Sarawak y se dedicó al exterminio de los piratas malayos, terribles enemigos del comercio inglés en aquellos lejanos mares. A pesar de que lord James, hosco como todos los marinos, incapaz de alimentar un afecto cualquiera, no sintiera excesiva ternura por su joven sobrina, antes que confiarla a manos extrañas, la embarcó en su propio barco, conduciéndola a Borneo y exponiéndola a los graves peligros de aquellas duras travesías. Durante tres años la niña fue testigo de aquellas sangrientas batallas, en las que morían miles de piratas, y que dieron al futuro rajá Brooke aquella triste celebridad que conmovió profundamente e indignó a sus propios compatriotas. Pero un día lord James, cansado de carnicerías y peligros, y tal vez pensando en su sobrina, abandonó el mar y se estableció en Labuán, ocultándose entre aquellos grandes bosques del centro. Lady Marianna, que tenía entonces catorce años y que durante aquella vida peligrosa había adquirido una energía y fiereza extraordinarias, a pesar de parecer una frágil niña, había intentado rebelarse contra los deseos de su tío, creyendo que no podría acostumbrarse a aquel aislamiento y aquella vida casi salvaje; pero el lobo de mar que no parecía alimentar mucho afecto por ella, permanecía inflexible. Obligada a soportar aquel extraño cautiverio, la joven se había dedicado enteramente a completar su propia educación, que hasta entonces no había tenido tiempo de cuidar. Dotada de una tenaz voluntad, poco a poco había ido dominando los instintos feroces que había contraído en aquellas duras y sangrientas batallas y la rudeza adquirida en el continuo contacto con la gente de mar. Y así, se había convertido en una apasionada cultivadora de la música, de las flores, de las bellas artes, gracias a las instrucciones de una antigua amiga de su madre, muerta más tarde a consecuencia del ardiente clima tropical. Con el progreso de la educación, aun conservando en el fondo de su alma algo de aquella antigua fiereza, se había vuelto bondadosa, gentil y caritativa. No había abandonado la pasión por las armas y los ejercicios violentos, y a menudo, como una indómita amazona, recorría los grandes bosques, persiguiendo incluso a los tigres, o, semejante a una náyade, se lanzaba intrépidamente a las azules olas del mar malayo; pero con más frecuencia se encontraba allí donde había miseria y desventura, llevando socorro a todos los indígenas de los contornos, aquellos mismos indígenas que lord James odiaba a muerte, como descendientes de antiguos piratas. Y así, aquella joven, por su intrepidez, bondad y belleza, se había merecido el sobrenombre de Perla de Labuán, sobrenombre que había volado tan lejos y que había hecho latir el corazón del formidable Tigre de Malasia. Bajo aquellos bosques, casi alejada de toda criatura civilizada, la niña había crecido casi sin darse cuenta de que se había hecho mujer; pero, cuando vio a aquel fiero pirata, había experimentado sin saber por qué una extraña turbación. Página 34