podremos escapar tan fácilmente de sus tiros. Por ahora nos conviene escondernos en el
jardín.
-¿Y dónde?
-Ven conmigo, Yáñez, y verás maravillas. Me has dicho que no cometa locuras y
quiero demostrarte que seré prudente. Si me mataran, la muchacha no sobrevivirla a mi
muerte, y por eso no hay que intentar un paso desesperado.
-¿Y no nos descubrirán los soldados?
-No creo. Por otra parte, no nos quedaremos aquí mucho tiempo. Mañana por la noche,
pase lo que pase, levantaremos el vuelo. Ven, Yáñez. Voy a conducirte a un lugar seguro.
Los dos piratas se levantaron, colocándose las carabinas bajo el brazo, y se alejaron de
la cerca, manteniéndose escondidos en medio de los parterres.
Sandokán hizo atravesar a su compañero una parte del jardín y lo condujo a una
pequeña construcción de un solo piso, que servía de invernadero para las flores y que se
levantaba a unos quinientos pasos de la casa de lord Guillonk.
Abrió la puerta sin hacer ruido y avanzó a tientas.
-¿Adónde vamos?
-Enciende un pedazo de yesca -respondió Sandokán.
-¿No descubrirán la luz desde fuera?
-No hay peligro. Esta construcción está rodeada de plantas espesísimas.
Yáñez obedeció.
La estancia en que se encontraban estaba llena de grandes tiestos, donde crecían
plantas que exhalaban penetrantes perfumes, pues estaban casi todas en flor, y se hallaba
repleta de sillas y mesas de bambú.
En el extremo opuesto el portugués vio una estufa de dimensiones gigantescas, capaz
de contener media docena de personas.
-¿Nos esconderemos aquí? -preguntó a Sandokán-. ¡Humm! No me parece un lugar
tan seguro. Los soldados no dejarán devenir a explorarlo, y más con ese millar de libras que
lord James ha prometido por tu captura.
-No te digo que no vengan.
-Entonces nos prenderán.
-Despacio, amigo Yáñez.
-¿Que quieres decir?
-Que no se les ocurrirá la idea de ir a buscarnos dentro de una estufa.
Yáñez no pudo reprimir un estallido de risa. -¡En esa estufa! -exclamó.
-Sí, nos esconderemos ahí dentro.
-Nos pondremos más negros que los africanos, hermanito mío. El hollín no debe de
escasear en ese monumental calorífero.
-Nos lavaremos más tarde, Yáñez. -¡Pero..., Sandokán!
-Si no quieres venir, arréglatelas con los ingleses. No hay donde escoger, Yáñez: o en
la estufa o dejarse prender.
-No se puede vacilar ante la elección -respondió Yáñez, riendo-. Vamos entretanto a
visitar nuestro domicilio, para ver si al menos es cómodo.
Abrió la portezuela de hierro, encendió otro pedazo de yesca y se metió resueltamente
en la inmensa estufa, estornudando sonoramente. Sandokán lo siguió sin vacilar.
Había sitio suficiente, pero había también gran abundancia de cenizas y hollín. El
horno era tan alto que los dos piratas podían mantenerse cómodamente derechos.
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