-Calla, Sandokán. Oigo hablar al otro lado de la cerca.
En efecto, se oían dos voces, una ronca y la otra imperiosa, que hablaban junto a la
empalizada. El viento, que soplaba de la selva, las traía distintamente a los oídos de los dos
piratas.
-Te digo -afirmó la voz imperiosa- que los piratas han entrado en el jardín para
intentar un golpe de mano sobre la quinta.
-No lo creo, sargento Bell -respondió su acompañante.
-¿Te parece que nuestros camaradas disparan cartuchos por diversión, estúpido?
Tienes el cerebro vacío, Willis.
-Entonces no podrán escapársenos.
-Eso espero. Somos treinta y seis y podemos vigilar la cerca y reunirnos a la primera
señal. Vamos, rápido, separaos y abrid bien los ojos. Quizá tengamos que vérnoslas con el
Tigre de Malasia.
Después de aquellas palabras se oyó romperse unas ramas y crujir unas hojas. Luego
nada más.
-Esos bribones son bastante numerosos -murmuró Yáñez, inclinándose hacia
Sandokán-. Estamos a punto de ser rodeados, y si no actuamos con suma prudencia caeremos
en la red que nos han tendido.
-¡Calla!... -dijo el Tigre de Malasia-. Vuelvo a oír hablar.
La voz imperiosa proseguía entonces:
-Tú, Bob, quédate aquí mientras yo voy a emboscarme detrás de aquel alcanforero.
Mantén el fusil montado y los ojos fijos en la cerca.
-No temáis, sargento -respondió el que había sido llamado Bob-. ¿Creéis que
tendremos que vérnoslas precisamente con el Tigre de Malasia?
-Ese audaz pirata se ha enamorado locamente de la sobrina de lord Guillonk, un
bomboncito destinado al baronet Rosenthal, y ya puedes imaginarte lo tranquilo que estará ese
hombre. Estoy segurísimo de que esta noche ha intentado raptarla, a pesar de la vigilancia de
nuestros soldados.
-¿Y cómo se las ha apañado para desembarcar sin ser visto por nuestros cruceros?
-Habrá aprovechado el huracán. Se dice también que se han visto unos praos
navegando por el mar de nuestra isla.
-¡Qué audacia!
-¡OH!... ¡Veremos alguna más! El Tigre de Malasia nos dará que hacer, te lo digo yo,
Bob. Es el hombre más audaz que he conocido.
-Pero esta vez no se nos escapará. Si se encuentra en el jardín, no podrá salir tan
fácilmente.
-Basta; a tu puesto, Bob. Tres carabinas cada cien metros pueden ser suficientes para
detener al Tigre de Malasia y a sus compañeros. No olvidéis que nos ganaremos mil libras
esterlinas si conseguimos matar al pirata.
-Una hermosa cifra, a fe mía --dijo Yáñez sonriendo-. Lord James te valora mucho,
hermanito mío. -Que esperen ganarlas -respondió Sandokán. Se levantó y miró hacia el jardín.
En la lejanía vio aparecer y desaparecer puntos luminosos entre los parterres. Los
soldados de la quinta habían perdido el rastro de los fugitivos y buscaban al azar, esperando
probablemente el alba para emprender una verdadera batida.
-Por ahora no tenemos nada que temer de parte de esos hombres --comentó.
-¿Quieres que intentemos escapar por alguna otra parte? -dijo Yáñez-. El jardín es
espacioso y quizás no esté vigilada toda la cerca.
-No, amigo. Si nos descubren, tendremos a las espaldas cuarenta soldados y no
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