Test Drive | Page 97

-Calla, Sandokán. Oigo hablar al otro lado de la cerca. En efecto, se oían dos voces, una ronca y la otra imperiosa, que hablaban junto a la empalizada. El viento, que soplaba de la selva, las traía distintamente a los oídos de los dos piratas. -Te digo -afirmó la voz imperiosa- que los piratas han entrado en el jardín para intentar un golpe de mano sobre la quinta. -No lo creo, sargento Bell -respondió su acompañante. -¿Te parece que nuestros camaradas disparan cartuchos por diversión, estúpido? Tienes el cerebro vacío, Willis. -Entonces no podrán escapársenos. -Eso espero. Somos treinta y seis y podemos vigilar la cerca y reunirnos a la primera señal. Vamos, rápido, separaos y abrid bien los ojos. Quizá tengamos que vérnoslas con el Tigre de Malasia. Después de aquellas palabras se oyó romperse unas ramas y crujir unas hojas. Luego nada más. -Esos bribones son bastante numerosos -murmuró Yáñez, inclinándose hacia Sandokán-. Estamos a punto de ser rodeados, y si no actuamos con suma prudencia caeremos en la red que nos han tendido. -¡Calla!... -dijo el Tigre de Malasia-. Vuelvo a oír hablar. La voz imperiosa proseguía entonces: -Tú, Bob, quédate aquí mientras yo voy a emboscarme detrás de aquel alcanforero. Mantén el fusil montado y los ojos fijos en la cerca. -No temáis, sargento -respondió el que había sido llamado Bob-. ¿Creéis que tendremos que vérnoslas precisamente con el Tigre de Malasia? -Ese audaz pirata se ha enamorado locamente de la sobrina de lord Guillonk, un bomboncito destinado al baronet Rosenthal, y ya puedes imaginarte lo tranquilo que estará ese hombre. Estoy segurísimo de que esta noche ha intentado raptarla, a pesar de la vigilancia de nuestros soldados. -¿Y cómo se las ha apañado para desembarcar sin ser visto por nuestros cruceros? -Habrá aprovechado el huracán. Se dice también que se han visto unos praos navegando por el mar de nuestra isla. -¡Qué audacia! -¡OH!... ¡Veremos alguna más! El Tigre de Malasia nos dará que hacer, te lo digo yo, Bob. Es el hombre más audaz que he conocido. -Pero esta vez no se nos escapará. Si se encuentra en el jardín, no podrá salir tan fácilmente. -Basta; a tu puesto, Bob. Tres carabinas cada cien metros pueden ser suficientes para detener al Tigre de Malasia y a sus compañeros. No olvidéis que nos ganaremos mil libras esterlinas si conseguimos matar al pirata. -Una hermosa cifra, a fe mía --dijo Yáñez sonriendo-. Lord James te valora mucho, hermanito mío. -Que esperen ganarlas -respondió Sandokán. Se levantó y miró hacia el jardín. En la lejanía vio aparecer y desaparecer puntos luminosos entre los parterres. Los soldados de la quinta habían perdido el rastro de los fugitivos y buscaban al azar, esperando probablemente el alba para emprender una verdadera batida. -Por ahora no tenemos nada que temer de parte de esos hombres --comentó. -¿Quieres que intentemos escapar por alguna otra parte? -dijo Yáñez-. El jardín es espacioso y quizás no esté vigilada toda la cerca. -No, amigo. Si nos descubren, tendremos a las espaldas cuarenta soldados y no Página 97