Test Drive | Page 95

Apenas había tocado tierra, hundiéndose en medio de un parterre, cuando ya se había puesto en pie con el kriss en la mano, dispuesto a defenderse. Afortunadamente el portugués estaba allí. Saltó a su lado y, agarrándolo por los hombros, lo empujó bruscamente hacia un grupo de árboles diciéndole: -¡Pero huye, desgraciado! ¿Es que quieres dejarte fusilar? -¡Déjame, Yáñez! -dijo el pirata, poseído de una viva exaltación-. ¡Asaltemos la quinta! Tres o cuatro soldados aparecieron en una ventana, apuntándoles con los fusiles. -¡Sálvate, Sandokán! -se oyó gritar a Marianna. El pirata dio un salto de diez pasos, saludado por una descarga de fusiles, y una bala le atravesó el turbante. Se volvió, rugiendo como una fiera, y descargó su carabina contra la ventana, rompiendo los cristales e hiriendo en la frente a un soldado. -¡Ven! -gritó Yáñez, arrastrándolo fuera de la casa-. Ven, testarudo imprudente. La puerta de la casa se abrió, y diez soldados, seguidos de otros tantos indígenas empuñando antorchas, se lanzaron a campo abierto. El portugués hizo fuego a través del follaje. El sargento que mandaba la pequeña cuadrilla cayó. -Mueve las piernas, hermano mío -dijo Yáñez, mientras los soldados se detenían en torno a su jefe. -No me decido a dejarla sola -dijo Sandokán, a quien la pasión le perturbaba el cerebro. -Te he dicho que huyas. Ven o te llevo yo. Dos soldados aparecieron a sólo treinta pasos; detrás de ellos venía un grupo numeroso. Los dos piratas no dudaron más. Se lanzaron en medio de los matorrales y de los parterres y se pusieron a correr hacia la cerca, saludados por algunos tiros de fusil disparados al azar. -Corre deprisa, hermanito mío -dijo el portugués cargando la carabina, aunque sin dejar de correr-. Mañana devolveremos a esos miserables los tiros que nos han disparado por detrás. -Temo haberlo echado todo a rodar, Yáñez -dijo el pirata con voz triste. -¿Por qué, amigo mío? -Ahora que saben que yo estoy aquí, ya no se dejarán sorprender. -No digo que no, pero, si los praos han llegado, tendremos cien tigres para lanzarlos al asalto. ¿Quién resistirá semejante carga? -Tengo miedo del lord. -¿Qué puede hacer? -Es un hombre capaz de matar a su sobrina, antes que dejarla caer en mis manos. -¡Diablo! exclamó Yáñez, rascándose furiosamente la frente-. No había pensado en eso. Estaba a punto de pararse para tomar aliento y encontrar una solución a ese problema, cuando en medio de la profunda oscuridad vio correr unos reflejos rojizos. -¡Los ingleses! -exclamó-. Han encontrado nuestra pista y nos siguen a través del jardín. ¡Corre deprisa, Sandokán! Los dos partieron corriendo, adentrándose cada vez más en el jardín, para alcanzar la cerca. Sin embargo, a medida que se alejaban, la marcha se hacía cada vez más difícil. Árboles grandísimos, lisos y derechos unos, nudosos y retorcidos otros, se erguían por todas Página 95