Malasia-. Este retraso está haciendo nacer en mí graves temores.
¡Bah!... Nuestros hombres son unos marinos muy hábiles.
Durante gran parte del día estuvieron dando vueltas por la playa, y después, hacia la
puesta del sol, volvieron a entrar en el bosque para acercarse a la quinta de lord James
Guillonk.
¿Crees que Marianna habrá encontrado nuestra carta? -preguntó Yáñez a Sandokán.
-Estoy seguro de ello -respondió el Tigre. -Entonces acudirá a la cita. -Si está libre...
-¿Qué quieres decir, Sandokán?
-Temo que lord James la vigile estrechamente. ¡Diablo!
-Sin embargo, nosotros iremos igualmente a la cita,
Yáñez. El corazón me dice que la veré.
-Siempre que no cometas imprudencias. En el jardín y en la quinta es fácil que haya
soldados.
-De eso estoy seguro.
-Intentaremos no dejarnos sorprender. -Actuaré con calma. -¿Me lo prometes? -Sí.
-Entonces, andando.
Avanzando lentamente, con los ojos en guardia, aguzados los oídos, espiando
prudentemente entre las espesas frondas y matorrales, para no caer en alguna emboscada,
hacia las siete de la tarde llegaron a las proximidades del jardín. Quedaban aún unos pocos
minutos de crepúsculo y podían bastar para examinar la quinta.
Después de haberse cerciorado de que no había escondido ningún centinela por los
alrededores, se acercaron a la empalizada y, ayudándose el uno al otro, la escalaron.
Se dejaron caer de la otra parte y sé arrojaron en medio de los parterres, devastados en
gran parte por el huracán, y se escondieron en un grupo de peonías de China.
Desde aquel lugar podían observar cómodamente lo que sucedía en el jardín e incluso
en la quinta, pues sólo tenían ante sí unos cuantos árboles.
-Veo un oficial en una ventana -dijo Sandokán.
-Y yo un centinela que vigila la esquina de la quinta -añadió Yáñez-. Si ese hombre se
queda allí después de que caigan las tinieblas, nos va a molestar no poco.
-Lo despacharemos -dijo Sandokán resueltamente.
-Sería mejor sorprenderlo y amordazarlo. ¿Tienes tú alguna cuerda?
-Tengo mi faja.
Magnífico y... ¡Ah, bribones! -¿Qué pasa, Yáñez?
-¿No ves que han puesto rejas en todas las ventanas?
-
¡Maldición de Alá!... -exclamó Sandokán con los dientes apretados.
Hermano mío, lord james debe conocer muy bien la audacia del Tigre de Malasia.
¡Por Baco! ¡Cuántas precauciones!...
-Entonces Marianna estará vigilada. -Desde luego, Sandokán.
-Y no podrá acudir a mi cita.
-Es probable -dijo Yáñez.
-Pero la veré igualmente.
-¿De qué modo?
Escalando la ventana. Tú ya habías previsto esto y le habíamos escrito que se
procurase una cuerda.
-¿Y si nos sorprenden los soldados?
Lucharemos.
-¿Los dos solos?
-
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