aplastar por las gruesas ramas que el viento desgajaba, tras dos horas llegaron
inesperadamente junto a la desembocadura del río, mientras que para ir a la quinta habían
empleado doble tiempo.
-Nos hemos guiado mejor en medio de la oscuridad que en pleno día -dijo Yáñez-. Ha
sido una verdadera suerte en una noche como ésta.
Sandokán bajó a la ribera y esperó un relámpago para lanzar una rápida mirada sobre
las aguas de la bahía.
-Nada -dijo con voz sorda-. ¿Les habrá ocurrido alguna desgracia a mis barcos?
-Yo creo que no habrán abandonado todavía sus refugios -respondió Yáñez-. Se
habrán dado cuenta de que amenazaba estallar otro huracán y, como gente prudente, no se
habrán movido. Ya sabes que