apuntando ante sí la carabina.
-Quieto ahí, Yáñez -murmuró.
-¿Qué has visto?
-Hay unos hombres parados delante de la casa. -¿No será el lord con Marianna?
Sandokán, a quien le latía con furia el corazón, se alzó lentamente y aguzó la mirada,
mirando aquellas figuras humanas con profunda atención.
-¡Maldición!... -murmuró, rechinando los dientes-. ¡Soldados!...
-¡Oh, oh! La madeja se enmaraña -refunfuñó el portugués-. ¿Qué hacemos?
-Si hay aquí soldados, es señal de que Marianna se encuentra todavía en la quinta.
-Eso me parece también a mí.
-Entonces ataquémoslos.
-¡Estás loco!... ¿Quieres que te fusilen? No somos más que dos y ellos quizá son diez,
tal vez incluso treinta. -¡Pero tengo que v W&