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las municiones. Una nueva ola subía otra vez a la orilla. Alcanzó la chalupa, la envolvió durante un buen trecho, y luego la despedazó, sumergiéndola definitivamente. -¡Al infierno todos los enamorados! -gritó Yáñez, que se había levantado totalmente molido-. Éstas son cosas de locos. -¿Ah, pero estás todavía vivo? -preguntó Sandokán riendo. -¿Querías que me hubiera desnucado? -No me hubiera consolado nunca de ello, Yáñez. ¡Eh, mira el prao! -¿Cómo? ¿No se ha hecho a la mar? El velero volvía a pasar entonces delante de la desembocadura de la bahía, corriendo con la velocidad de una flecha. -¡Qué compañeros más fieles! -dijo Sandokán-. Antes de alejarse han querido cerciorarse de que habíamos desembarcado. Se quitó de encima la larga faja de seda roja y la desplegó al viento. Un instante después, se oía un disparo sobre el puente del velero. -Ya nos han visto -dijo Yáñez-. Esperemos que se salven. El prao dio una bordada, reemprendiendo su marcha hacia el norte. Yáñez y Sandokán permanecieron de pie sobre la playa en tanto pudieron divisarlo, y luego se ocultaron bajo los grandes vegetales para protegerse de la lluvia, que caía a cántaros. -¿Dónde vamos, Sandokán? -No sé. -¿No sabes dónde estamos? -Es imposible saberlo por ahora. No obstante, supongo que no estamos lejos del río. -¿De qué río estás hablando? -Del que sirvió de refugio a mi prao después de la batalla contra el crucero. -¿Está cerca de ese lugar la quinta de lord James? -A unas millas. -Entonces hay que buscar primero esa corriente de agua. -Por supuesto, Yáñez. -Mañana exploraremos la costa. -¡Mañana! -exclamó Sandokán-. ¿Crees que puedo esperar tantas horas y permanecer inactivo tanto tiempo? ¿Es que todavía no sabes que tengo fuego en las venas? ¿No te has dado cuenta de que estamos en Labuán, en la tierra donde brilla mi estrella? -¿Cómo quieres que no sepa que nos encontramos en la isla de los casacas rojas? -Entonces deberías comprender mi impaciencia. -No comprendo absolutamente nada, Sandokán -respondió tranquilamente el portugués-. ¡Por Júpiter! ¡Estoy aún completamente trastornado y pretendes que nos pongamos en camino con esta noche de infierno! Tú estás loco, hermanito mío. -El tiempo vuela, Yáñez. ¿No te acuerdas de lo que ha dicho el sargento? 41 -Perfectamente, Sandokán. -De un momento a otro lord James puede refugiarse en Victoria. -Desde luego no lo hará con este tiempo de perros. -No bromees, Yáñez. -No tengo ninguna-gana de bromas, Sandokán. Vamos a ver, hablemos con calma, hermanito mío. ¿Tú quieres ir a la quinta? ¿A qué?... -A verla, al menos -dijo Sandokán con un suspiro. -Y luego a cometer alguna imprudencia, ¿no? -No. -¡Humm!... Bien me sé yo de lo que eres capaz. Calma, hermanito mío. Piensa que somos dos solos y que en la quinta hay soldados. Esperemos a que los praos vuelvan, y luego actuaremos. 41 Así en el original, aunque, como vimos antes, se trataba de un cabo Página 83