volver a ponerse en equilibrio.
Seguir luchando contra aquel mar, que se volvía cada vez más impetuoso, era una
locura. Era absolutamente necesario dejarse transportar al norte, como quizá habían hecho los
otros dos praos, que desde hacía varias horas habían desaparecido.
Yáñez, que comprendía cuán imprudente era obstinarse en aquella lucha, iba a
dirigirse a proa para rogar a Sandokán que cambiara de ruta, cuando una detonación, que no
podía confundirse con el estruendo de un rayo, se oyó en alta mar.
Un instante después una bala pasaba silbando sobre la cubierta, desmochando la verga
del trinquete.
Un grito de rabia estalló a bordo del prao ante aquella inesperada agresión, que desde
luego ninguno se esperaba con semejante temporal y en tan críticos momentos.
Sandokán dejó la caña a un marinero y se lanzó a proa, intentando descubrir al osado
que lo atacaba en medio de la tempestad.
-¡Ah! -exclamó-. ¿Todavía hay cruceros vigilando?
En efecto, el agresor, que en medio de aquella formidable confusión del mar había
lanzado tan bien aquella bala, era un gran buque de vapor, sobre cuya cúspide ondeaba la
bandera inglesa y que en la cima del palo mayor llevaba el gran gallardete de los barcos de
guerra. ¿Qué hacía en alta mar con aquel tiempo? ¿Hacía el crucero ante las costas de Labuán
o venía de alguna isla cercana?
-Viremos, Sandokán -dijo Yáñez, que se había acercado.
-¿Virar?
-Sí, hermano mío. Ese barco sospecha que somos piratas que nos dirigimos a Labuán.
Un segundo cañonazo tronó sobre el puente del buque y una segunda bala silbó a
través de los aparejos del prao.
Los piratas, a pesar de los violentos balanceos, se precipitaron hacia los cañones y las
espingardas para responder, pero Sandokán los detuvo con un gesto.
En efecto, no era necesario. El gran buque, que se esforzaba por hacer frente a las olas
que lo asaltaban a proa, hundiéndose casi por completo bajo el peso de su construcción de
hierro, iba siendo arrastrado hacia el norte a pesar suyo. En breves instantes se alejó tanto, que
no había por qué temer su artillería.
-¡Lástima que me haya encontrado en medio de esta tempestad! -dijo Sandokán con
sombrío acento-. Lo hubiera atacado y expugnado a W6"FR7R