dijo:
-Patán, acércate.
Un malayo de alta estatura, poderosos miembros y color aceitunado, vestido con una
simple falda roja adornada de plumas, avanzó con ese balanceo típico de los hombres de mar.
-¿Con cuántos hombres cuenta tu banda? -le preguntó.
-Cincuenta, Tigre de Malasia.
-¿Todos buenos?
-Todos sedientos de sangre.
-Embárcalos en aquellos dos praos y deja la mitad al javanés Giro-Batol.
-¿Y adónde vamos?
Sandokán le lanzó una mirada que lo hizo estremecerse por su imprudencia, aunque
era uno de esos hombres que se ríen de la metralla.
-Obedece sin rechistar, si quieres seguir viviendo -le dijo Sandokán.
El malayo se alejó rápidamente, llevándose tras él su banda, compuesta de hombres
valerosos hasta la locura, y que a una señal de Sandokán no habrían dudado en saquear el
mismísimo sepulcro de Mahoma, aunque eran todos mahometanos.
-Vamos, Yáñez -dijo Sandokán, cuando vio que todos estaban embarcados.
Estaban a punto de llegar a la playa, cuando fueron alcanzados por un feo negro de
enorme cabeza, con manos y pies de una grandeza desproporcionada, un verdadero campeón
de aquellos horribles negritos que podían encontrarse en el interior de casi todas las islas de
Malasia.
-¿Qué quieres y de dónde vienes, Kili-Dalú? -le preguntó Yáñez.
-Vengo de la costa meridional -contestó el negrito, respirando afanosamente.
-¿Y qué nos traes?
-Una buena nueva, jefe blanco; he visto un gran junco 10 que navegaba hacia las islas
Romades.
-¿Iba cargado?
-Sí, Tigre.
-Está bien; dentro de tres horas caerá en mi poder.
-¿Y después irás a Labuán?
-Directamente, Yáñez.
Se detuvieron ante una soberbia ballenera, montada por cuatro malayos.
-Adiós, hermano -dijo Sandokán, abrazando a Yáñez.
-Adiós, Sandokán. Cuidado con hacer locuras. -No temas, seré prudente.
-Adiós, y que tu buena estrella te proteja.
Sandokán saltó a la ballenera, y en pocas paladas se acercó a los praos, que estaban
desplegando sus inmensas velas.
Desde la playa se alzó un inmenso grito: -¡Viva el Tigre de Malasia!
-Vámonos -ordenó el pirata dirigiéndose a las dos tripulaciones.
Levaron anclas las dos escuadras de demonios, color verde aceituna o amarillo sucio,
y las dos embarcaciones, dando dos bordadas, se lanzaron a alta mar, resoplando sobre las
azules olas del mar malayo.
-¿Ruta? -preguntó Patán a Sandokán, que se había puesto al mando del barco mayor.
-¡Directos a las islas Romades! -contestó el jefe.
_Después, dirigiéndose a las tripulaciones, gritó:
-¡Cachorros, abrid bien los ojos; tenemos que saquear un junco!
10
Voz malaya, tal vez de ascendencia china, que designa a una pequeña embarcación de las Indias orientales.
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