Test Drive | Page 76

-Continúa -dijo el portugués al soldado-. Pero procura decir la verdad, porque permanecerás aquí hasta que volvamos de Labuán. Si mientes, no escaparás a la muerte. -Es inútil que os engañe -respondió el cabo-. Después del resultado infructuoso de la persecución, quedamos acampados junto a la quinta, para protegerla contra el posible ataque de los piratas de Mompracem. Corrían voces poco tranquilizadoras. Se decía que unos cachorros habían desembarcado y que el Tigre de Malasia estaba escondido en los bosques, dispuesto a caer sobre la quinta, y raptar a la muchacha. No sé lo que habrá sucedido después. Sin embargo, tengo que deciros que lord Guillonk tomó las medidas oportunas para retirarse a Victoria, con la protección de los cruceros y de los fuertes. -¿Y el baronet Rosenthal? -Se casará en breve con lady Marianna. -¿Qué has dicho? -gritó Sandokán, poniéndose en pie. -Que él va a quitaros a la muchacha. -¿Quieres engañarme? -¿Con qué objeto? Os digo que dentro de un mes se efectuará el matrimonio. -Pero lady Marianna detesta a ese hombre. -¿Y eso qué le importa a lord Guillonk? Sandokán lanzó un aullido de fiera herida y se tambaleó, cerrando los ojos. Un espasmo tremendo había descompuesto su rostro. Se aproximó al soldado y, sacudiéndolo furiosamente, le dijo con voz silbante: -No me habrás engañado, ¿verdad? -Os juro que he dicho la verdad... -Te quedarás aquí y nosotros iremos a Labuán. Si no has mentido, te daré tu peso en oro. Después, volviéndose hacia Yáñez, le dijo con voz decidida: -Vamos. -Estoy preparado para seguirte -respondió sencillamente el portugués. -¿Está todo listo? -No falta más que elegir a los hombres que han de seguirnos. -Llevaremos con nosotros a los más valientes, porque esta vez se trata de jugar una partida suprema... -Sin embargo, hay que dejar aquí fuerzas suficientes para defender nuestro refugio. -¿Qué temes, Yáñez? -Los ingleses podrían aprovechar nuestra ausencia para lanzarse sobre nuestra isla. -No se atreverán a tanto, Yáñez. -Pues yo creo lo contrario. Ahora son en Labuán lo bastante fuertes como para intentar la lucha, Sandokán. Un día u otro tendrá que llegar el encuentro decisivo. -Nos encontrarán preparados, y veremos quienes son más decididos: si los tigres de Mompracem o los leopardos de Labuán. Sandokán mandó formar a sus bandas, que contaban más de doscientos cuarenta hombres, reclutados entre las tribus más guerreras de Borneo y de las islas del mar malayo, y eligió noventa cachorros, los más valientes y robustos, auténticos condenados, que a una seña no hubieran dudado en arrojarse incluso contra los fuertes de Victoria, la ciudadela de Labuán. Llamó luego a Giro-Batol y, mostrándoselo a las bandas que se quedaban a defender la isla, dijo: -Aquí tenéis un hombre que tiene la suerte de ser uno de los jefes más valientes de la piratería, el único de toda mi tripulación que sobrevivió a la desgraciada expedición de Labuán. Durante mi ausencia, obedecedle como si fuera mi persona. Y ahora, embarquémonos, Yáñez. Página 76