Test Drive | Page 75

-Y hablarás. ¡Hum!... -¡Cuidado!... Tengo kriss que pueden cortar un cuerpo en mil pedazos; tengo tenazas candentes para arrancar la carne trozo a trozo; tengo plomo líquido para echar sobre las heridas o para hacérselo tragar a los recalcitrantes. Hablarás, o te haré sufrir tanto que invocarás la muerte como una liberación. El inglés palideció, pero en vez de abrir los labios los cerró entre los dientes, como si temiera que se le escapase alguna palabra. -Vamos, ¿dónde estabas cuando yo dejé la quinta del lord? -En los bosques -respondió el soldado. -¿Qué hacías? -Nada. -¿Quieres burlarte de mí? Labuán tiene muy pocos soldados para que te manden a pasear por el bosque sin ningún motivo -dijo Sandokán. -Pero... -Habla, quiero saberlo todo. -Yo no sé nada. -¿Ah, no? Vamos a verlo. Sandokán sacó el kriss y con un rápido gesto lo apoyó sobre la garganta del soldado, haciendo salir una gota de sangre. El prisionero no pudo reprimir un grito de dolor. -Habla o te mato -dijo fríamente Sandokán, sin retirar el puñal, cuya punta comenzaba a enrojecer. El cabo tuvo aún una breve vacilación, pero, viendo en los ojos del Tigre un relámpago terrible, cedió. -Basta -dijo, sustrayéndose a la punta del kriss-. Hablaré. Sandokán hizo a sus hombres una seña para que se alejaran, y luego se sentó junto a Yáñez sobre una cureña de cañón, diciendo al soldado: -Te escucho. ¿Qué hacías en el bosque? -Seguía al baronet Rosenthal. -¡Ah! -exclamó Sandokán, mientras un sombrío relámpago le brillaba en la mirada-. ¡Él! -Lord Guillonk se enteró de que el hombre que él había recogido moribundo y que había curado en su propia casa no era un príncipe malayo, sino el terrible Tigre de Malasia, y de acuerdo con el baronet y con el gobernador de Victoria preparó la trampa. -¿Y cómo se enteró? -Lo ignoro. -Continúa. -Reunieron cien hombres, y nos mandaron a rodear la quinta para impediros la fuga. -Eso ya lo sé. Dime lo que sucedió después, cuando conseguí atravesar las líneas y refugiarme en los bosques. -Cuando el baronet entró en la quinta, encontró a lord Guillonk presa de una tremenda excitación. Tenía una herida en la pierna, que se la habíais hecho vos. -¿Yo...? -exclamó Sandokán. -Quizá inadvertidamente. -Eso creo, porque, si hubiera querido matarlo, nadie hubiera podido impedírmelo. ¿Y lady Marianna? -Lloraba. Parecía que entre la bella joven y su tío había ocurrido una escena violentísima. El lord la acusaba de haberos ayudado a huir... y ella pedía piedad para vos. -¡Pobre joven! -exclamó Sandokán, mientras una rápida conmoción alteraba sus facciones-. ¿Lo oyes, Yáñez? Página 75