advierte a mis piratas de mi llegada, pero diles que me dejen tranquilo, porque tengo que decir
ciertas cosas a Yáñez allá arriba, que deben ser un secreto para vosotros.
-Capitán, nadie vendrá a molestaros, si tal es vuestro deseo. Y ahora, dejadme daros las
gracias por haberme conducido aquí otra vez y deciros que, si hay que sacrificar un hombre,
aunque sea por salvar a un inglés o a una mujer de su raza, estaré siempre dispuesto.
-¡Gracias, Giro-Batol, gracias... y ahora vete!
Y el pirata, volviendo a arrojar hasta el fondo de su corazón el recuerdo de Marianna,
involuntariamente evocado por el malayo, subió las escaleras, elevándose entre las tinieblas
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Amor y embriaguez
Cuando llegó a la cima del gran acantilado, Sandokán se detuvo a la orilla y su mir