Test Drive | Page 67

El malayo sacó de una vieja vasija de tierra, asegurada a un travesaño de la canoa, algunas provisiones y se las ofreció a Sandokán, pero éste, absorto siempre en sus contemplaciones y en sus angustias, no respondió siquiera, ni abandonó su posición. «Está embrujado -repitió el malayo, meneando la cabeza-. Si es verdad, ¡ay de los ingleses!...» Durante el día el viento cayó varias veces, y la canoa, que se zambullía pesadamente con los empujes de las olas, embarcó muchas veces gran cantidad de agua. Sin embargo, por la tarde se levantó un viento fresco del sudeste, empujándola rápidamente hacia el oeste; el viento se mantuvo igual también a la mañana siguiente. Al caer el día, el malayo, que seguía de pie sobre la proa, descubrió finalmente una masa oscura que se elevaba sobre el mar.37 -¡Mompracem!... -exclamó. Ante aquel grito, Sandokán, por primera vez desde que había puesto los pies en la canoa, se movió alzándose de golpe. Ya no era el hombre de antes: la melancólica expresión de su rostro había desaparecido completamente. Sus ojos despedían relámpagos y sus facciones ya no estaban alteradas por aquel sombrío dolor. -¡Mompracem! ..................Exclamó, enderezando su alta figura. Y permaneció allí, contemplando su salvaje isla, el baluarte de su poder, de su grandeza en aquel mar que no sin razón llamaba suyo. En aquel momento, sentía que volvía el formidable Tigre de Malasia de las legendarias hazañas. Su mirada, que desafiaba a los mejores catalejos, recorría las costas de la isla, deteniéndose sobre el alto acantilado donde ondeaba todavía la bandera de la piratería, sobre las fortificaciones que defendían el poblado y sobre los numerosos praos que se mecían en la bahía. -¡Ah!... Por fin te vuelvo a ver -exclamó. -Estamos salvados, Tigre -dijo el malayo, que parecía volverse loco de alegría. Sandokán lo miró casi estupefacto. -¿Entonces merezco todavía ese nombre, Giro Batol? -preguntó. -Sí, capitán. -Y, sin embargo, creí que no volvería a merecerlo -murmuró Sandokán, suspirando. Aferró la pagaya38 que servía de timón y dirigió la canoa hacia la isla, que iba hundiéndose lentamente en las tinieblas. A las diez los dos piratas, sin haber sido descubiertos por nadie, atracaron junto al gran acantilado. Sandokán, al poner los pies sobre su isla, respiró largamente y quizá en aquel momento no lloraba por Labuán, y quizá, por un momento, incluso olvidó a Marianna. Dio la vuelta rápidamente al acantilado y alcanzó los primeros escalones de la tortuosa escalera que conducía a la gran cabaña39 -Giro-Batol -dijo, volviéndose hacia el malayo, que se había parado-, vuelve a tu cabaña, 37 En las citadas memorias describe el apócrifo autor la llegada a este «islote de Malasia» de un modo sumamente escueto: «Avistamos el islote de Mompracem, punto perdido en aquel inmenso archipiélago, sembrado de islas y de arrecifes, y desembarcamos» (Mis memorias, cap. x). 38 Voz de origen malayo (pangáyong), que designa un remo filipino de pala sobrepuesta y atada con bejuco 39 vive!" y desaparecían a una seña de mi guía.» Precisamente el grueso de las memorias corresponden a su pretendido encuentro con Sandokán, su «noviciado de pirata» y sus aventuras con los tigres de Mompracem (caps. XXX). El autor introduce a Salgari en este mundo de la siguiente forma: «Mi segundo viaje iba a ser muy distinto del primero. De pronto me encontré con uno de esos secretos que siempre habían halagado mi fantasía: entraba en el gran mar de las aventuras» (cap. VIII Página 67