Se quedó callado durante unos instantes, fijándose en el enemigo, y luego dijo:
-Tenemos que vérnoslas con una cañonera. -¿Y viene de Sarawak?
-Es probable, Giro-Batol. Ya que se dirige hacia nosotros, esperémosla.
La cañonera, en efecto, había apuntado la proa en dirección a la canoa y aceleraba su marcha
para alcanzarla. Viéndola tan lejos de las costas de Labuán, quizá creía que los hombres que
iban en ella habían sido empujados de ese modo a alta mar por cualquier golpe de viento y
corría para recogerlos; pero quizá su comandante quería cerciorarse de si eran piratas o náufragos.
Sandokán había ordenado a Giro-Bato¡ que volviera a tomar los remos y pusiera proa en
dirección a las Romades, grupo de islas situadas más al sur. A estas horas ya había trazado su
plan para engañar al comandante.
Media hora después, la cañonera se encontraba a pocas brazas de la canoa. Era un barco ligero
de popa baja, armado de un solo cañón situado sobre la plataforma posterior y pertrechado de
un solo palo. Su tripulación no debía de superar los treinta o cuarenta hombres.
El comandante, o el oficial de cuarto 36 que fuera, hizo maniobrar de modo que pasara a pocos
metros de la canoa, y luego, habiendo ordenado detener los tambores, se inclinó sobre la
borda, gritando:
-¡Alto, u os hago ir al fondo!
Sandokán se levantó vivamente, diciendo en buen inglés:
-¿Por qué me prendéis?
-¡Oh! -exclamó el oficial con estupor-. ¡Un sargento de los cipayos!... ¿Qué hacéis vos aquí,
tan lejos de Labuán?
-Voy a las Romades, señor -respondió Sandokán. -¿A qué?
-Tengo que llevar unas órdenes al yacht' de lord
James Guillonk.
-¿Se encuentra lejos de aquí ese barco? -Sí, mi comandante. - ¿Y vais en una canoa? -No he
podido encontrar nada mejor.
-Tened cuidado, porque hay praos malayos que merodean por el mar.
-¡Ah!... - dijo Sandokán, refrenando apenas su alegría.
-Ayer por la mañana vi dos de ellos y apostaría que venían de Mompracem. 6