Test Drive | Page 65

-¡De sus mujeres! -exclamó Sandokán, sacudiéndose. -Sí, porque nos odian quizá más que los hombres. -¡Oh, no todas, Giro-Batol! -Son peores que las víboras, capitán, os lo aseguro. -Calla, Giro-Batol, calla. ¡Si vuelves a decir esas palabras, te arrojo de cabeza al mar! Había tal acento de amenaza en la voz de Sandokán, que el malayo enmudeció de golpe. Miró largamente a aquel hombre, que seguía mirando fijamente a Labuán, oprimiéndose el pecho con ambas manos, como si quisiera sofocar un dolor inmenso, y luego se retiró lentamente a proa, murmurando: -Los ingleses lo han embrujado. Durante toda la noche la canoa, empujada por el viento del este, bogó velozmente sin encontrarse con ningún crucero y portándose bastante bien, a pesar de las olas que de vez en cuando la embestían, haciéndola escorar peligrosamente. El malayo, por miedo de que Sandokán cumpliese la amenaza, había dejado de hablar; sentado a proa, escudriñaba atentamente la oscura línea del horizonte, por ver si aparecía alguna nave. En cambio su compañero, tendido a popa, no apartaba su mirada del lugar donde debía de encontrarse la isla de Labuán, que ya había desaparecido en las sombras de la noche. Llevarían navegando un par de horas, cuando los agudísimos ojos del malayo descubrieron un punto luminoso que brillaba sobre la línea del horizonte. -¿Un velero o un barco de guerra? -se preguntó con ansiedad. Sandokán, siempre sumido en sus dolorosos pensamientos, no se había dado cuenta de nada. El punto luminoso creció rápidamente y parecía que se elevaba cada vez más sobre la línea del horizonte. Aquella luz blanca no podía pertenecer más que a un buque de vapor. Debía de ser un farol encendido sobre la cima del trinquete. Giro-Batol comenzaba a agitarse; sus inquietudes aumentaban progresivamente, tanto más cuanto que aquel punto luminoso parecía dirigirse directamente hacia la canoa. Pronto debajo del farol blanco aparecieron otros dos: uno rojo y otro verde. -Es un navío de vapor -dijo. Sandokán no respondió. Quizá ni le había oído. -Capitán -repitió-. ¡Un navío de vapor! El jefe de los piratas de Mompracem esta vez se sobresaltó, mientras un terrible relámpago brillaba en sus sombrías miradas. -¡Ah!... -dijo. Se volvió con ímpetu y miró la inmensa extensión del mar. -¿Otra vez un enemigo? -murmuró, mientras su mano derecha corría instintivamente al kriss. -Eso me temo, capitán -respondió el malayo. Sandokán miró fijamente durante algunos instantes aquellos tres puntos luminosos que se aproximaban rápidamente, y luego dijo: -Parece que viene hacia nosotros. -Eso me temo, capitán -repitió el malayo-. Su comandante habrá visto ya nuestro bote. -Es probable. -¿Qué hacemos, capitán? Dejémosle acercarse. -Y nos prenderá. -Ahora yo no soy el Tigre de Malasia, sino un sargento de los cipayos. -¿Y si alguno os reconoce? -Muy pocos han visto al Tigre de Malasia. Si esa nave viniera de Labuán, tendríamos razón para temer; pero, viniendo de alta mar, podremos engañar a su comandante. Página 65