mujer amada! ¡Nada, excepto huir para no caer bajo los golpes de los adversarios! ¡Ah!
-pensaba Sandokán, agitándose sobre el lecho de hojas-. ¡Daría la mitad de mi sangre por
volver a encontrarme otra vez junto a aquella joven que ha sabido hacer palpitar el corazón
del Tigre de Malasia! ¡Pobre Marianna! ¡Quien sabe qué angustias estarán atormentándola!
¡Quizá me creerá vencido, herido, incluso muert