en medio de una verdadera red de raíces, que serpenteaban por el suelo en mil direcciones.
Caminaron durante un buen cuarto de hora, vadeando numerosos torrentes, sobre cuyas
riberas se veían huellas recientes del paso de los hombres, y luego se metieron en un boscaje
tan frondoso y cubierto que la luz no podía casi atravesarlo.
Giro-Batol se detuvo un momento a escuchar, y luego dijo, volviéndose hacia Sandokán:
-En medio de esas plantas está mi cabaña.
-Un refugio seguro -respondió el Tigre de Malasia con una leve sonrisa-. Admiro tu
prudencia. -Seguidme, capitán. Nadie vendrá a molestarnos.
12
La canoa de Giro-Batol
La cabaña de Giro-Batol se alzaba justamente en medio de aquel frondosísimo boscaje, entre
dos colosales pombos,33 que con sus enormes masas de follaje la protegían completamente de
los rayos del sol.
Era un tugurio más que una habitación, apenas capaz de albergar a una pareja de salvajes,
bajo, estrecho, con el techo formado por hojas de plátano superpuestas por estratos, y las
paredes hechas de ramas toscamente entretejidas.
La única abertura era 1á puerta: no había ni rastro de ventanas.
¡El interior no valía mucho más! No había más que un lecho de hojas secas, dos toscas ollas
de arcilla mal cocida y dos guijarros que debían de servir para encender fuego.
Había en cambio víveres en abundancia, frutas de toda clase e incluso la mitad de una
babirusa de pocos meses, suspendida del techo por las patas traseras.
-Mi cabaña no vale gran cosa, capitán -dijo Giro-Batol-. Sin embargo, aquí podréis descansar
a vuestro gusto sin temor de ser molestado. Hasta los indígenas de los alrededores ignoran que
aquí hay un refugio. Si queréis dormir, puedo ofreceros este lecho de hojas frescas cortadas
esta misma mañana; si tenéis sed, tengo una olla llena de agua fresca, y si tenéis hambre, hay
fruta y deliciosas chuletas.
-No pido más, mi bravo Giro-Batol -respondió Sandokán-. No esperaba encontrar tanto.
-Concededme media hora para asaros un pedazo de babirusa. Entretanto podréis saquear mi
despensa. Ahí hay unas excelentes ananás, plátanos perfumados, suculentos pombos como no
los habéis probado en Mompracem, fruta del artocarpus de tamaño inverosímil y durion que
son mejores que la crema. Todo está a vuestra disposición.
-Gracias, Giro-Batol. Voy a aprovecharme, porque tengo más hambre que un tigre y llevo
ayunando una semana.
-Entretanto voy a encender fuego. -¿No descubrirán el humo?
-¡Oh!... No temáis, capitán. Los árboles son tan altos y tan espesos que no lo permitirán.
Sandokán, que estaba bastante hambriento a causa de las largas marchas a través de la selva,
atacó un palmito, que no pesaba menos de veinte libras, y se puso a resquebrajar aquella
sustancia blanca y dulce que le recordaba el sabor de las almendras.
Entretanto el malayo, amontonando ramas secas sobre el fogón, las encendía, sirviéndose de
dos pedacitos de bambú cortados por la mitad.
33
Este árbol, repetidas veces citado por Salgari, es verosímilmente de la familia del cocotero, con el que
compartiría su origen malasio, su gran tamaño y su fruto
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