-No tengas prisa. Como ves, me he convertido en todo un sargento del Regimiento de
Infantería de Bengala, así que puedo protegerte.
-¿Habéis despojado a algún soldado? -Sí, Giro-Batol.
-¡Un golpe maestro!
-Silencio. En marcha, o tendremos aquí al soldado. ¿Está lejos tu cabaña?
-Dentro de un cuarto de hora estaremos en ella. -Vamos a descansar un poco y más tarde
pensaremos en escapar.
Los dos piratas salieron de la espesura y, después de haberse asegurado de que no había nadie
por los alrededores, atravesaron con celeridad la pradera, alcanzando la linde de la segunda
floresta.
Estaban a punto de adentrarse entre los altos vegetales, cuando Sandokán oyó un galope
furioso.
-¡Otra vez ese inoportuno! -exclamó-. ¡Pronto, Giro-Batol, escóndete en esos matorrales!
-¡Eh, mi sargento!... -gritó el soldado, que parecía furibundo-. ¿Es así como me ayudáis a
prender a ese bribón de pirata?... Mientras yo hacía casi reventar a mi caballo, vos no os
habéis movido.
Y mientras así hablaba, espoleaba a su corcel, haciéndolo encabritarse y relinchar de dolor.
Después de haber atravesado la pradera, se detuvo junto a un grupo de árboles que quedaba
aislado. Sandokán, sin inmutarse, se volvió hacia él y le respondió tranquilamente:
-He vuelto a encontrar el rastro del pirata y he creído inútil seguirlo a través de la selva. Así
pues, estaba esperándoos.
-¿Habéis descubierto su rastro?... ¡Por mil demonios!... ¿Pues cuántas huellas ha dejado ese
bribón? Yo creo que se ha divertido jugando con nosotros.
-Eso supongo yo también. -¿Quién os lo ha mostrado? -Lo he encontrado yo.
-¡Ya, ya, mi sargento! -exclamó el soldado con tono irónico.
-¿Qué queréis decir?... -preguntó Sandokán arrugando la frente.
-Que alguno os lo ha indicado. -¿Y quién? (