Test Drive | Page 6

Pero también entonces permaneció el pirata silencioso. El portugués se levantó, encendió un cigarrillo y se acercó a una puerta oculta por el cortinaje, diciendo: -Buenas noches, hermanito mío. Sandokán, al oír aquellas palabras, se sobresaltó y, deteniendo a su amigo con un ademán, dijo: -Una palabra, Yáñez. -Habla, entonces. -¿Sabes que quiero ir a Labuán? -¡Tú...! ¡A Labuán! -¿Por qué tanta sorpresa? -Porque eres demasiado audaz y cometerás alguna locura en el escondrijo de tus más encarnizados enemigos. Sandokán lo miró con dos ojos que despedían llamas y emitió una especie de sordo rugido. -Hermano mío -prosiguió el portugués-, no tientes demasiado a la suerte. ¡Estáte en guardia! La hambrienta Inglaterra ha puesto sus ojos sobre nuestra Mompracem y quizá no espere tu muerte para lanzarse sobre tus cachorros y destruirlos. Estáte en guardia, porque he visto un crucero erizado de cañones y repleto de armas rondando por nuestras aguas, y ése es un león que sólo está esperando su presa. -¡Pero encontrará al Tigre! -exclamó Sandokán apretando los puños y temblando de pies a cabeza. -Sí, lo encontrará y quizá sucumba en la batalla, pero su grito de muerte llegará hasta las costas de Labuán y otros se moverán contra ti. Morirán muchos leones, puesto que tú eres fuerte y terrible, ¡pero morirá también el Tigre! -Yo... Sandokán había dado un salto hacia adelante con los _brazos contraídos por el furor, los ojos centelleantes y las manos apretadas como si empuñaran las armas. Pero fue un relámpago: se sentó a la mesa, apuró de un solo trago una copa que había quedado llena y dijo con voz perfectamente tranquila: -Tienes razón, Yáñez; a pesar de todo, mañana iré a Labuán. Una fuerza irresistible me empuja hacia esas playas, y una voz me susurra que debo ver a la joven de los cabellos de oro, que debo... -¡Sandokán...! -Silencio, hermanito mío, vámonos a dormir. 2 Fiereza y generosidad Al día siguiente, unas horas después de aparecer el sol, salía Sandokán de la cabaña, dispuesto a emprender la arriesgada empresa. Iba vestido de guerra: se había puesto largas botas de piel roja, su color preferido, y una espléndida casaca de terciopelo también roja, adornada con bordados y flecos, y largos pantalones de seda azul. Llevaba en bandolera una preciosa carabina india con arabescos y de largo alcance; a la cintura, una pesada cimitarra con la empuñadura de oro macizo y un kriss, ese puñal de hoja ondulada y envenenada tan apreciado en aquellas poblaciones de Malasia. Se detuvo un momento a la orilla del gran acantilado, recorriendo con su mirada de Página 6