-¡Giro-Bato¡! -exclamó-. ¡Ah, mi bravo malayo!... ¿Cómo es que todavía se encuentra vivo?...
Sin embargo, me acuerdo de haberlo abandonado en el prao a punto de irse a pique, muerto o
moribundo. ¡Qué suerte!... Éste debe de tener el alma bien clavada en su cuerpo. ¡Vamos, hay
que salvarlo!...
Montó la carabina, dio la vuelta a la espesura y apareció bruscamente al margen del bosque,
gritando:
-¡Eh, amigo!... ¿Qué andáis buscando con tanto encarnizamiento? ¿Habéis herido a alguna
babirusa?
El soldado, al oír aquella voz, saltó ágilmente fuera de los matorrales con el mosquete
apuntando delante de sí, y emitió un grito de estupor.
-¡Toma! ¡Un sargento! -exclamó. -¿Os sorprende, amigo?
-¿De qué agujero habéis salido?
-De la selva. He oído un tiro y me he apresurado a venir para ver qué había sucedido. ¿Habéis
disparado contra alguna babirusa?
-Pues sí, contra una babirusa más peligrosa que un tigre -dijo el soldado con mal disimulada
cólera. -¿Entonces qué clase de fiera era?
-¿No buscáis vos también a alguien? -preguntó el soldado.
-Sí.
-Al Tigre de Malasia, ¿verdad, mi sargento? -Exactamente.
-¿Habéis visto al terrible pirata?
-No, pero he descubierto su rastro.
-En cambio, yo, mi sargento, he encontrado al pirata en persona.
¡Imposible!
-He disparado contra él. -Y... ¿no habéis acertado? -Como un cazador novato. -¿Y dónde se
ha escondido?
-Me temo que ya estará lejos. Lo he visto atravesar la pradera y esconderse por estos
matorrales. -Entonces ya no lo encontraréis.
-Eso temo yo también. Ese hombre es más ágil que
un mono y más terrible que un tigre.
-Es capaz de mandarnos a los dos al otro mundo. -Ya lo sé, mi sargento. Si no fuera por las
cien libras esterlinas prometidas por lord Guillonk, con las que cuento para fundar una
factoría el día que arroje el sable, no me hubiera atrevido a seguirlo.
-¿Y ahora qué pensáis hacer?
-No lo sé. Creo que rebuscando por estos matorrales perderé inútilmente el tiempo.
-¿Queréis un consejo? -Decid, mi sargento.
-Volved a montar a caballo y dad la vuelta al bosque.
-¿Queréis venir conmigo? Los dos juntos nos daremos valor.
-No, camarada.
-¿Por qué, mi sargento?
-¿Queréis dejar escapar al pirata?
-Explicaos.
-Si lo perseguimos los dos por una parte, el Tigre huirá por la otra. Dad vos la vuelta al
bosque y dejadme a mí el cuidado de revisar esta espesura. -De acuerdo, pero con una
condición. -¿Cuál?
-Que partamos el premio si tuvierais la suerte de abatir al Tigre. No quiero perder las cien
libras del todo. -Accedo -respondió Sandokán, sonriendo. El soldado envainó el sable, volvió
a subir en la silla, colocándose antes el mosquete montado, y saludó al sargento, diciéndole:
-Nos encontraremos en el margen opuesto de la floresta.
Página 56