Test Drive | Page 56

-¡Giro-Bato¡! -exclamó-. ¡Ah, mi bravo malayo!... ¿Cómo es que todavía se encuentra vivo?... Sin embargo, me acuerdo de haberlo abandonado en el prao a punto de irse a pique, muerto o moribundo. ¡Qué suerte!... Éste debe de tener el alma bien clavada en su cuerpo. ¡Vamos, hay que salvarlo!... Montó la carabina, dio la vuelta a la espesura y apareció bruscamente al margen del bosque, gritando: -¡Eh, amigo!... ¿Qué andáis buscando con tanto encarnizamiento? ¿Habéis herido a alguna babirusa? El soldado, al oír aquella voz, saltó ágilmente fuera de los matorrales con el mosquete apuntando delante de sí, y emitió un grito de estupor. -¡Toma! ¡Un sargento! -exclamó. -¿Os sorprende, amigo? -¿De qué agujero habéis salido? -De la selva. He oído un tiro y me he apresurado a venir para ver qué había sucedido. ¿Habéis disparado contra alguna babirusa? -Pues sí, contra una babirusa más peligrosa que un tigre -dijo el soldado con mal disimulada cólera. -¿Entonces qué clase de fiera era? -¿No buscáis vos también a alguien? -preguntó el soldado. -Sí. -Al Tigre de Malasia, ¿verdad, mi sargento? -Exactamente. -¿Habéis visto al terrible pirata? -No, pero he descubierto su rastro. -En cambio, yo, mi sargento, he encontrado al pirata en persona. ¡Imposible! -He disparado contra él. -Y... ¿no habéis acertado? -Como un cazador novato. -¿Y dónde se ha escondido? -Me temo que ya estará lejos. Lo he visto atravesar la pradera y esconderse por estos matorrales. -Entonces ya no lo encontraréis. -Eso temo yo también. Ese hombre es más ágil que un mono y más terrible que un tigre. -Es capaz de mandarnos a los dos al otro mundo. -Ya lo sé, mi sargento. Si no fuera por las cien libras esterlinas prometidas por lord Guillonk, con las que cuento para fundar una factoría el día que arroje el sable, no me hubiera atrevido a seguirlo. -¿Y ahora qué pensáis hacer? -No lo sé. Creo que rebuscando por estos matorrales perderé inútilmente el tiempo. -¿Queréis un consejo? -Decid, mi sargento. -Volved a montar a caballo y dad la vuelta al bosque. -¿Queréis venir conmigo? Los dos juntos nos daremos valor. -No, camarada. -¿Por qué, mi sargento? -¿Queréis dejar escapar al pirata? -Explicaos. -Si lo perseguimos los dos por una parte, el Tigre huirá por la otra. Dad vos la vuelta al bosque y dejadme a mí el cuidado de revisar esta espesura. -De acuerdo, pero con una condición. -¿Cuál? -Que partamos el premio si tuvierais la suerte de abatir al Tigre. No quiero perder las cien libras del todo. -Accedo -respondió Sandokán, sonriendo. El soldado envainó el sable, volvió a subir en la silla, colocándose antes el mosquete montado, y saludó al sargento, diciéndole: -Nos encontraremos en el margen opuesto de la floresta. Página 56