Test Drive | Page 57

«Espérame sentado», murmuró Sandokán. Aguardó a que el jinete hubiera desaparecido y luego se aproximó al árbol sobre el que seguía escondido su malayo, diciendo: -Baja, Giro-Batol. Aún no había terminado la frase, cuando ya el malayo había caído a sus pies, gritando con quebrantada voz: -¡Ah..., Capitán!... -¿Te sorprende volver a verme vivo todavía, mi valiente? -Podéis creerlo, Tigre de Malasia -dijo el pirata con lágrimas en los ojos-. Creí que no volvería a veros jamás, pues estaba seguro de que los ingleses os habían matado. -¡Matado! Los ingleses no tienen hierro suficiente para llegar al corazón del Tigre de Malasia -respondió Sandokán-. Me habían herido gravemente, es cierto, pero como ves estoy sano y salvo y dispuesto a recomenzar la lucha. -¿Y todos los otros? -Duermen en los abismos del mar -respondió Sandokán, con un suspiro-. Todos los valientes que arrastré al abordaje del maldito buque cayeron bajo los golpes de los leopardos. -Pero los vengaremos, ¿no es así capitán? -Sí, y muy pronto. Pero ¿a qué afortunada circunstancia debo el volver a encontrarte vivo todavía? Recuerdo haberte visto caer moribundo a bordo de tu prao, durante el primer combate. -Es cierto, capitán. Una descarga de metralla me alcanzó en la cabeza, pero no me mató. Cuando volví en mí, el pobre prao, que habíais abandonado a las olas, acribillado por las balas del crucero, estaba a punto de hundirse en los abismos. Me agarré a un pecio y avancé hacia la costa. Anduve errante varias horas por el mar, y luego me desmayé. Me desperté en la cabaña de un indígena. Aquel buen hombre me había recogido a quince millas de la playa, me había embarcado en su canoa30 y transportado a tierra. Me curó con afe