Test Drive | Page 54

-¡Oh! -dijo Sandokán, fingiendo estupor-. ¿Y dónde lo habéis encontrado? -En el bosque que acabamos de atravesar ahora mismo. -¿Y lo habéis perdido después? -No hemos sido capaces de volver a encontrarlo -dijo el soldado con rabia. -¿Adónde se dirigía? -Hacia el mar. -Entonces estamos perfectamente de acuerdo. -¿Qué queréis decir, mi sargento? -preguntaron los dos soldados, poniéndose en pie. -Que Willis y yo... -¡Willis!... ¿Lo habéis encontrado? -Sí, hace dos horas que lo he dejado. -Continuad, mi sargento. -Quería deciros que Willis y yo habíamos vuelto a encontrar su rastro en las proximidades de la colina roja. El pirata intenta alcanzar, la costa septentrional de la isla, ya no es posible equivocarse. -¡Entonces hemos seguido un falso rastro!... -No, amigos -dijo Sandokán-. Lo que pasa es que el pirata ha jugado hábilmente con nosotros. -¿De qué modo? -preguntó el más entrado en años de los dos soldados. -Remontando hacia el norte siguiendo el lecho de un torrente. El muy ladino ha dejado sus huellas en el bosque, fingiendo huir hacia el oeste; pero luego ha vuelto hacia atrás. -¿Qué debemos hacer ahora? -¿Dónde están vuestros compañeros? -Están batiendo la selva a dos millas de aquí, avanzando hacia el oeste.. -Entonces volved inmediatamente atrás y dad la orden de dirigirse, sin pérdida de tiempo, hacia las playas septentrionales de la isla. Y espabilaos, que el lord ha prometido cien libras esterlinas y un grado al que descubra al pirata. No se necesitaba más para animar a los dos soldados. Recogieron precipitadamente sus fusiles, se metieron en el bolsillo las pipas que estaban fumando y, saludando a Sandokán, se alejaron rápidamente, desapareciendo detrás de los árboles. El Tigre de Malasia los siguió con la vista mientras pudo; luego volvió a introducirse entre las matas, murmurando: -Mientras me despejan el camino, yo puedo dormir algunas horas. Más tarde veré lo que conviene hacer. Bebió algunos sorbos de whisky de la botella de Willis, que estaba llena, comió algunos plátanos que había recogido en la selva, después apoyó la cabeza sobre una brazada de hierba y se durmió profundamente, sin preocuparse más de sus enemigos. ¿Cuánto durmió? Ciertamente no más de tres o cuatro horas, porque cuando abrió los ojos el sol se hallaba todavía alto. Estaba a punto de levantarse para reemprender la marcha, cuando oyó un disparo de fusil a poca distancia, seguido súbitamente del galope precipitado de un caballo. -¿Me habrán descubierto? -murmuró Sandokán, volviendo a dejarse caer en medio de los matorrales. Montó rápidamente la carabina, apartó con precaución las hojas y miró. Al principio no vio a nadie; oía sin embargo el galope que se aproximaba rápidamente. Creía que se trataba de un cazador lanzado tras las huellas de alguna babirusa28, pero bien pronto se percató de que se había equivocado. Era una caza de hombre. En efecto, un instante después un indígena o un malayo, a juzgar por el color negro rojizo de 28 Cerdo salvaje asiático, mayor que el jabalí, cuyos colmillos valen de la boca dirigiéndose hacia arriba y luego se encorvan hacia atrás Página 54