-Me servirá para huir y nada más. ¿Hay soldados indios entre los que me persiguen?
-Sí, los cipayos27.
-Está bien; quítatelo y no opongas resistencia, si quieres que nos despidamos como buenos
amigos.
El soldado obedeció. Sandokán se vistió el uniforme como pudo, se ciñó la daga y la
cartuchera, se puso en la cabeza la gorra y se echó la carabina en bandolera.
-Ahora dejadme que os ate -dijo luego al soldado.
-¿Quereis que me devoren los tigres?
-¡Bah! Los tigres no son tan numerosos como crees. Además, tengo que tomar mis medidas
para impedirte que me traiciones.
Tomó entre sus robustos brazos al soldado, que ni siquiera se atrevía a oponer resistencia, lo
ató con una sólida cuerda, y después se alejó a paso rápido, sin volverse a mirar para atrás.
-Apresurémonos -dijo-. Tengo que alcanzar esta noche la costa y embarcar, o mañana
será demasiado tarde. Quizá con el traje que llevo me será fácil escapar de mis perseguidores
y saltar a bordo de cualquier barco que vaya directo a las Romades. Desde allí podré llegar a
Mompracem y entonces... ¡Ah, Marianna, volverás a verme pronto, pero esta vez, terrible
vencedor!
Ante aquel nombre, casi involuntariamente evocado, la frente del pirata se oscureció y sus
facciones se contrajeron dolorosamente. Se llevó las manos al corazón y suspiró
-Silencio, silencio! -murmuró con voz profunda-. Pobre Marianna, quién sabe qué
ansiedad agitará a estas horas su corazón. Quizá me creerá vencido, herido o encadenado
como una fiera feroz, tal ve incluso muerto. ¡Daría toda mi sangre, gota a gota por volver
a verla un solo instante, por poder decirle que el Tigre está vivo todavía y que volverá!
¡Vamos, ánimo, que me hace falta! Esta noche abandonaré estas inhóspitas playas, llevando
conmigo su juramento, y volveré a mi salvaje isla. Y después, ¿qué haré? ¿Diré adiós a mi
vida de aventurero, a mi isla, a mis piratas a mi mar?
Todo esto se lo he jurado a ella, y por sublime, que ha sabido encadenar el corazón
inaccesible del Tigre de Malasia, todo lo haré. Silencio, no la nombraré más o me volveré
loco. ¡Adelante!
Volvió a ponerse en camino con paso rápido, apretándose fuertemente el pecho, como si
quisiera sofocar los latidos precipitados de su corazón. Caminó toda la noche, atravesando
grupos de gigantescos árboles y de pequeñas florestas, o bien praderas hundidas en profundos
valles y llenas de torrentes y estanques, intentando orientarse por las estrellas.
Al salir el sol se detuvo junto a una colosal mata de durion, para descansar un poco y también
para asegurarse de que el camino se hallaba libre.
Estaba a punto de ocultarse en medio de un festón de lianas, cuando oyó que una voz gritaba:
-¡Eh, camarada! ¿Qué andáis buscando por ahí dentro? Tened cuidado, no esté escondido por
ahí algún pirata, mucho más terrible que los tigres de vuestro país.
Sandokán, sin sorprenderse lo más mínimo, seguro de no tener nada que temer con el traje
que llevaba, se volvió tranquilamente y vio a corta distancia dos soldados tendidos en el suelo
bajo la fresca sombra de una areca. Después de haberlos mirado atentamente creyó reconocer
en ellos a los dos que habían precedido al sargento Willis.
-¿Qué hacéis aquí? -preguntó Sandokán con acento gutural y desfigurando el inglés.
-Estamos descansando un poco -respondió uno de los soldados-. Hemos andado de caza toda
la noche y ya no podíamos más.
-¿Buscabais también vosotros al pirata?
-Sí, e incluso os puedo decir, mi sargento, que habíamos descubierto su rastro.
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Soldados indios al servicio de una potencia europea; en este caso, del Imperio británico
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