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-¡Señor! -exclamó Sandokán, que, comprendiendo enseguida que lo habían descubierto, se disponía a vender cara su vida-. ¡No soy un asesino, soy un justiciero! -¡Ni una palabra más en mi casa: salid! -Está bien -respondió Sandokán. Echó una larga mirada a su prometida, que había caído sobre la alfombra semidesvanecida, e hizo el gesto de precipitarse hacia ella, pero se detuvo y, a paso lento, con la mano derecha sobre la empuñadura del kriss, la cabeza alta, la mirada fiera, salió de la sala y descendió la escalera, sofocando, con un esfuerzo prodigioso, los latidos de su corazón y la profunda emoción que lo invadía. Sin embargo, cuando alcanzó el jardín se detuvo, sacando el kriss, cuya hoja centelleó a los rayos de la luna. A trescientos pasos se extendía una línea de soldados, con las carabinas en la mano, dispuestos a hacer fuego sobre él. 10 A la caza del pirata En otros tiempos Sandokán, aunque casi desarmado y frente a un enemigo cincuenta veces más numeroso, no hubiera dudado un solo instante en lanzarse sobre las puntas de las bayonetas, para abrirse paso a toda costa; pero ahora que amaba, ahora que sabía que era correspondido, ahora que aquella divina criatura quizá lo seguía ansiosamente con la mirada, no quería cometer semejante locura, que podía costarle a él la vida y a ella quién sabe cuántas lágrimas. No obstante, tenía que abrirse paso para alcanzar la selva y desde allí el mar, su única salvación, -Volvamos -dijo-. Después veremos. Volvió a subir la escalera, sin ser descubierto por los soldados, y volvió a entrar en el salón, con el kriss en la mano. El lord estaba aún allí, ceñudo, con los brazos cruzados; la joven lady, en cambio, había desaparecido. -Señor -dijo Sandokán, acercándose a él-. Si yo os hubiese hospedado, si yo os hubiese llamado amigo y después hubiera descubierto en vos un mortal enemigo, os hubiera echado a la calle, pero no os hubiera tendido una vil emboscada. Ahí fuera, en el mismo camino que tendré que seguir, hay cincuenta, quizá cien hombres, dispuestos a fusilarme; hacedlos retirar y que me dejen libre el paso. -¿Entonces el invenc X