-No me engañéis, príncipe -dijo Marianna, con voz ahogada-. Quienquiera que seáis,
el amor que habéis suscitado en mi corazón no se apagará jamás. Rey o bandido, os amaré
igualmente.
Un profundo suspiro salió de los labios del pirata.
-¿Entonces es mi nombre, mi verdadero nombre, lo que quieres saber, criatura celeste?
-exclamó.
-¡Sí, tu nombre, tu nombre!
Sandokán se pasó varias veces la mano por la frente, inundada de sudor, mientras las
venas del cuello se le inflamaban prodigiosamente, como si estuviera haciendo un esfuerzo
sobrehumano.
-Escúchame, Marianna -dijo con acento salvaje-.
Página 45