Todavía no se había disipado el humo, cuando se vio al tigre atravesar el espacio con
un ímpetu irresistible y derribar por tierra al imprudente y desmañado oficial.
Estaba a punto de saltar nuevamente y lanzarse sobre los cazadores, pero Sandokán no
le dio tiempo.
Empuñando fuertemente el kriss, se precipitó contra la fiera, y antes de que ésta,
sorprendida de tanta audacia, pensara en defenderse, la derribó al suelo, apretándole con tal
fuerza la garganta que sofocaba sus rugidos.
-¡Mírame! -dijo-. Yo también soy un tigre.
Luego, rápido como el pensamiento, hundió la hoja serpenteante de su kriss en el
corazón de la fiera, que cayó como fulminada cuan larga era.
Un ¡Hurra! fragoroso acogió aquella proeza. El pirata, que había salido ileso de la
lucha, lanzó una mirada de desprecio al oficial, que estaba levantándose del suelo, y luego,
volviéndose hacia la joven lady, que se había quedado muda de terror y angustia, con un gesto
del que se hubiera sentido orgulloso un rey, dijo:
-Milady, la piel del tigre es vuestra.
9
La traición
La cena ofrecida por lord James a sus invitados fue una de las más espléndidas y
alegres que se habían dado hasta entonces en la quinta.
La cocina inglesa, representada por enormes beefsteaks26 y colosales puddings, y la
cocina malaya, representada por asados de tucanes, ostras gigantescas llamadas de Singapur,
tiernos bambúes cuyo sabor recuerda los espárragos de Europa, y una montaña de fruta
exquisita, fueron saboreados y alabados por todos.
Ni que decir tiene que todo fue rociado con gran número de botellas de vino, gin,
brandy y whisky, que servían para brindar repetidamente en honor de Sandokán y de la tan
gentil como intrépida Perla de Labuán.
A la hora del té, la conversación se puso animadísima, y se habló de Yܙ\