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-¡Yáñez! -exclamó el hombre del turbante, echándole los brazos al cuello. -¡Sandokán! -respondió el recién llegado, con un acento extranjero muy marcado-. ¡Brrr! ¡Qué noche de infierno, hermanito5 mío! -¡Ven! Atravesaron rápidamente las trincheras y entraron en la habitación iluminada, cerrando la puerta. Sandokán llenó dos vasos y, ofreciendo uno al extranjero, que se había desembarazado de la capa y de la carabina que llevaba en bandolera, le dijo con un acento casi afectuoso: -Bebe, mi buen Yáñez. -A tu salud, Sandokán. -A la tuya. Vaciaron los vasos y se sentaron delante de la mesita. El recién llegado era un hombre de unos treinta y tres o treinta y cuatro años, un poco mayor que su compañero. De mediana estatura, de constitución muy fuerte, tenía la piel blanquísima, las facciones regulares, los ojos grises, astutos, los labios finos y burlones, indicio de una voluntad de hierro. Se veía a primera vista que era europeo y que debía de pertenecer a alguna raza meridional. -Bueno, Yáñez -preguntó Sandokán con cierta emoción-: ¿has visto a la joven de los cabellos de oro? -No, pero sé cuanto querías saber. -¿No has ido a Labuán?6 -Sí, pero comprenderás que en aquellas costas, vigiladas por los cruceros ingleses, no nos resultará fácil desembarcar a gente como nosotros. -Háblame de esa joven. ¿Quién es? -Puedo decirte que es una criatura maravillosamente hermosa, tan hermosa que es capaz de embrujar al más formidable pirata. -¡Ah! -exclamó Sandokán. -Me han dicho que tiene los cabellos rubios como el oro, los ojos más azules que el mar, la piel blanca como el alabastro. Sé que Alambra, uno de nuestros más feroces piratas, la vio una tarde pasearse por los bosques de la isla, y quedó tan impresionado por aquella belleza, que detuvo su nave para contemplarla mejor, con peligro de haber sido destrozado por los cruceros ingleses. -Pero ¿a quién pertenece? -Algunos dicen que es hija de un colono; otros, que lo es de un lord, y otros, en fin, que es nada menos que pariente del gobernador de Labuán. -Extraña criatura -murmuró Sandokán oprimiéndose la frente con las manos. -¿Entonces...? -preguntó Yáñez. El pirata no respondió. Se levantó bruscamente, presa de una viva emoción, y, llegándose hasta el armónium, dejó que sus dedos se deslizaran por las teclas. Yáñez se limitó a sonreír y, descolgando de un clavo un viejo laúd, se puso a puntear sus cuerdas, diciendo: -¡Está bien! Vamos a tocar un poco. Pero apenas había comenzado a tocar un aire portugués, cuando vio a Sandokán acercarse bruscamente a la mesa, apoyando las manos en ella con tal violencia, que hizo que 5 Al dirigirse a Sandokán, Yáñez emplea fratellino o fratello según los casos. Lo mismo Sandokán al dirigirse a Yáñez. He respetado el diminutivo siempre que aparece. 6 Isla de Malasia, cerca de la costa noroeste de Borneo. En 1846 el sultán de Borneo cedió la isla al Reino Unido. Así pues, cuando empieza la acción de Los tigres... los ingleses llevaban ya tres años en Labuán. Página 4