-Por supuesto. Creo que ya está esperándonos. Sandokán sofocó a duras penas un grito
de alegría. -Vamos, milord -dijo-. Ardo en deseos de encontrar al tigre.
Salieron y pasaron a un saloncito, cuyas paredes estaban tapizadas con toda clase de
armas. Allí Sandokán encontró a la joven lady, más hermosa que nunca, fresca como una rosa,
espléndida en su traje azul, que resaltaba vivamente bajo sus rubios cabellos.
Al verla, Sandokán se detuvo deslumbrad