Test Drive | Page 38

pienso en ella! ¡Diríase que estoy anteponiéndola a mis cachorros y a mi venganza! ¡Y pese a ello, me avergüenzo de mí mismo, pensando que es hija de esa raza que odio tan profundamente! ¿Y si la olvidase? ¡Ah! ¿Sangras, pobre corazón mío, no quieres entonces? ¡Antes era el terror de estos mares, antes nunca había sabido qué era el afecto, antes sólo me gustaba la embriaguez de las batallas y de la sangre... y ahora siento que ya nada podrá gustarme lejos de ella!... Calló y se puso a escuchar el susurro de las frondas y el silbido de su sangre. -¿Y si interpusiera entre mí y esa divina mujer la selva, luego el mar y al fin el odio?... prosiguió-. ¡El odio! Pero ¿podré odiarla? ¡Sin embargo tengo que huir, volver a mi Mompracem, entre mis cachorros!... Si continuase aquí, la fiebre acabaría por devorar toda mi energía, siento que se apagaría para siempre mi poder, que no volvería a ser el Tigre de Malasia... ¡Vamos, andando! Miró abajo: sólo tres metros lo separaban del suelo. Aguzó los oídos y no oyó rumor alguno. Brincó por encima del alféizar, saltó ligeramente entre las plantas y se dirigió hacia el árbol bajo el que pocas horas antes Marianna estaba sentada. -Aquí reposaba ella -murmuró con voz triste-. ¡Oh, qué hermosa estabas, Marianna!... ¡Ya no volveré a verte! ¡No volveré a oír tu voz, nunca... nunca!... Se agachó bajo el árbol y recogió una flor, una rosa de los bosques, que la joven lady había dejado caer. La admiró detenidamente, la olió muchas veces y la escondió apasionadamente en su pecho; después se dirigió a buen paso hacia la cerca del jardín, murmurando: -Vamos, Sandokán. ¡Todo ha terminado!... Se hallaba junto a la empalizada y estaba a punto de saltar, cuando retrocedió vivamente, con las manos en los cabellos, la mirada torva, emitiendo una especie de sollozo. -¡No!... ¡No!... -exclamó con acento desespera -. ¡No puedo, no puedo!... ¡Que se hunda Mompracem, que maten a todos mis cachorros, que desaparezca mi poder, yo me quedo!... Se puso a correr por el jardín como si tuviera miedo de volver a encontrarse bajo la empalizada de la cerca, y no se detuvo hasta que llegó bajo la ventana de su habitación. Vaciló otra vez, y luego, de un salto, se agarró a la rama de un árbol y alcanzó el alféizar de la ventana. Cuando volvió a encontrarse en aquella casa que había dejado con la firme determinación de no volver más, un segundo sollozo vibró en el fondo de su garganta. -¡Ah! -exclamó-. ¡El Tigre de Malasia está a punto de desaparecer! A la caza del tigre Cuando al alba el lord vino a llamar a su puerta, Sandokán aún no había conseguido pegar ojo. Al acordarse de la cacería, en un abrir y cerrar de ojos saltó del lecho, escondió entre los pliegues de la faja su fiel kriss y abrió la puerta, diciendo: -Aquí estoy, milord. -Estupendo -dijo el inglés-. No creía hallaros ya preparado, querido príncipe. ¿Cómo os encontráis? -Me siento con fuerzas para derribar un árbol. -Entonces, démonos prisa. En el parque nos están esperando seis bravos cazadores, que ya están impacientes por descubrir al tigre que mis hombres persiguieron en su batida por el bosque. -Estoy listo para seguiros. ¿Vendrá con nosotros lady Marianna? Página 38