se alteró espantosamente, adquiriendo una expresión feroz.
El Tigre de Malasia, fascinado hasta ese momento, embrujado, se despertaba de
improviso, ahora que se sentía curado. Volvía a ser el pirata despiadado, sanguinario, de
corazón inaccesible a cualquier pasión.
-¿Qué iba a hacer? -exclamó con voz ronca, pasándose las manos por la ardorosa
frente-. ¿Será realmente verdad que amo a esa joven? ¿Ha sido un sueño o una inexplicable
locura? ¿Es posible que ya no sea yo el pirata de Mompracem, pues me siento atraído por una
fuerza irresistible hacia esa hija de una raza a la que juré odio eterno? ¡Amar yo!... ¡Yo, que
no he experimentado más que impulsos de odio y que llevo el nombre de una bestia
sanguinaria!... ¿Acaso puedo olvidar mi salvaje Mompracem, a mis cachorros, a mi Yáñez,
que quizá me están esperando ansiosamente? ¿Acaso he olvidado que los compatriotas de esa
joven sólo están esperando el momento propicio para destruir mi poder? ¡Fuera esta visión
que me ha perseguido durante tantas noches, fuera estos temblores indignos del Tigre de
Malasia! ¡Apaguemos este volcán que arde en mi corazón y hagamos surgir en su lugar mil
abismos entre mí y esa sirena hechicera!... ¡Vamos, Tigre, deja oír tu rugido, sepulta el
agradecimiento que debes a estas personas que te han curado; vete, huye lejos de estos
lugares, regresa a ese mar que sin quererlo te empujó a estas playas, vuelve a ser el temido
pirata de la formidable Mompracem!
Hablando así, Sandokán se había puesto de pie ante la ventana con los puños cerrados
y los dientes apretados, todo él temblando de cólera.
Le parecía que se había convertido en un gigante y que oía en la lejanía los aullidos de
sus cachorros, que lo llamaban a l