explicar-. ¿Quién toca?
-¿Por qué, mi querido príncipe? -preguntó el inglés, sonriendo.
-No lo sé, pero tengo un verdadero deseo de ver a la persona que toca así... Se diría
que esa música me llega al corazón... y me hace experimentar una sensación nueva e
inexplicable.
-Esperad un instante.
Le hizo una seña para que se acostara y salió. Sandokán permaneció unos instantes
tendido, aunque enseguida volvió a levantarse como impulsado por un muelle.
La inexplicable emoción que había experimentado poco antes volvía a prenderlo con
mayor violencia. El corazón le latía de tal forma que parecía querer salírsele del pecho; la
sangre le corría furiosamente por las venas y extraños temblores recorrían sus miembros.
-¿Qué me pasa? -se preguntó-. ¿Es que vuelve a asaltarme el delirio?
Apenas había pronunciado estas palabras, cuando regresó el lord, pero no solo. Detrás
de él avanzaba una espléndida criatura, a cuya vista Sandokán no pudo reprimir una
exclamación de sorpresa y de admiración.
Era una joven de dieciséis o diecisiete años, pequeña, pero esbelta y elegante, de
formas soberbiamente modeladas, con la cintura tan estrecha que una sola mano hubiera
bastado para rodearla, y la piel sonrosada y fresca como una flor recién abierta.
Tenía una cabecita admirable, con ojos azules como el agua del mar, y una frente de
incomparable precisión, bajo la que resaltaban dos cejas encantadoramente arqueadas y que
casi se tocaban.
Una cabellera rubia le caía en pintoresco desorden, como una lluvia de oro, sobre el
blanco corpiño que le cubría el seno.24
El pirata, al ver a aquella mujer que parecía una verdadera niña a pesar de su edad, se
sintió estremecer hasta el fondo de su alma. Aquel hombre tan fiero, tan sanguinario, que
llevaba el terrible nombre de Tigre de Malasia, se sentía por primera vez en su vida fascinado
por aquella gentil criatura, por aquella encantadora flor nacida en los bosques de Labuán.
Su corazón, que poco antes latía precipitadamente, ahora ardía, y le parecía que por
sus venas corrían lenguas de fuego.
-Bueno, mi querido pr