-Me alegro de veros tranquilo: desde hace tres días el delirio no os ha dejado un solo
momento de descanso.
-¡Tres días! -exclamó Sandokán con estupor-. ¿Llevo ya tres días aquí?... ¿Entonces no
estoy soñando?
-No, no soñáis. Estáis entre buenas personas, que os curarán con afecto y harán lo
posible para que os restablezcáis.
-Pero ¿quién sois vos?
-Lord James Guillonk, capitán de navío de Su Majestad, la reina Victoria.
Sandokán se sobresaltó y su frente se ensombreció; sin embargo se repuso enseguida
y, haciendo un supremo esfuerzo para no traicionar el odio que sentía contra todo lo inglés,
dijo:
-Os doy las gracias, milord, por todo lo que habéis hecho por mí, por un desconocido,
que podría ser vuestro mortal enemigo.
-Era mi deber acoger en mi casa a un pobre hombre, herido quizá de muerte -contestó
el lord-. ¿Cómo estáis ahora?
-Me encuentro bastante fuerte y no siento dolores.
-Me alegro mucho. Ahora decidme, si no os importa, ¿quién os ha dejado de esta
forma? Además de la bala que os extraje del pecho, vuestro cuerpo estaba lleno de heridas
producidas por arma blanca.
Sandokán, a pesar de esperar aquella pregunta, no pudo evitar sobresaltarse
fuertemente. No obstante, no se traicionó ni perdió la calma.
-No sé qué deciros, porque yo mismo lo ignoro -respondió-. He visto cómo algunos
hombres asaltaban de noche mis barcos, subían al abordaje y mataban a mis marinos.
¿Quiénes eran? No lo sé, puesto que al primer choque caí al mar cubierto de heridas.
-Sin duda habéis sufrido el asalto de los piratas del Tigre de Malasia -dijo lord James.
-¡De los piratas!... -exclamó Sandokán.
-Sí, de los de Mompracem, que hace tres días se encontraban en los alrededores de la
isla, pero que fueron después destruidos por uno de nuestros cruceros. Decidme, ¿dónde os
asaltaron?
-Cerca de las Romades.
-¿Y habéis llegado a nuestras costas a nado? -Sí, agarrado a unas tablas. Pero ¿dónde
me habéis encontrado?
-Tumbado entre las hierbas y presa de un tremendo delirio. ¿Adónde os dirigíais
cuando fuisteis atacados?
-Llevaba unos regalos al sultán de Varauni, de parte de mi hermano.
-¿Quién es vuestro hermano?
-El sultán de Shaja.
-¡Entonces vos sois un príncipe malayo! -exclamó el lord tendiéndole la mano, que
Sandokán, tras una breve duda, apretó casi con asco.
-Sí, milord.
-Me siento honrado de haberos ofrecido mi hospitalidad, y haré todo lo posible para
que no os aburráis cuando os hayáis restablecido. Y, si no os molesta, iremos juntos a visitar
al sultán de Varauni.
-Sí, y...
Se interrumpió, adelantando la cabeza como si intentara escuchar algún rumor lejano.
Desde fuera llegaban los acordes de un laúd, quizá los mismos sonidos que había oído
poco antes.
-¡Milord! -exclamó, presa de una gran agitación, cuya causa en vano intentaba
Página 30