durante algunos minutos pudieron resistir a todos aquellos enemigos, pero al fin, acosados por
los mosquetes de los hombres de las cofas y por los sables de los que estaban a su espalda,
hostigados por las bayonetas, aquellos valientes cayeron.
Sandokán y otros cuatro, cubiertos de heridas, con las armas ensangrentadas hasta la
empuñadura, en un esfuerzo prodigioso, se abrieron paso e intentaron ganar la proa para
detener a cañonazos aquella avalancha de hombres.
Ya en mitad del puente, Sandokán