Se sentó junto al timón, con Sabau a su lado, y guió resueltamente el barco hacia la
desembocadura del río.
La oscuridad favorecía la huida. No había luna en el cielo y no se veía una estrella, ni
siquiera esa vaga claridad que proyectan las nubes cuando el astro de la noche las ilumina
desde arriba.
Gruesos nubarrones habían invadido la bóveda celeste, interceptando completamente
cualquier luz. Y la sombra proyectada por los gigantescos durion, las palmeras y las
desmesuradas hojas de los plátanos era tan densa que Sandokán apenas si podía distinguir las
dos orillas del río.
Un silencio profundo, apenas roto por el leve rumor de las aguas, reinaba sobre aquella
pequeña corriente de agua. No se oía ni el susurro de las hojas, dado que no se movía un
soplo de viento bajo las tupidas bóvedas de aquellos grandes vegetales, y tampoco sobre el
puente del barco se percibía el menor ruido. Parecía que todos aquellos hombres, agazapados
entre la proa y la popa, habían dejado de respirar, por temor a perturbar la calma.
El prao estaba ya muy cerca de la desembocadura del río, cuando tras un leve choque
se detuvo.
-¿Encallados? -preguntó Sandokán.
Sabau se inclinó sobre las amuradas y escudriñó atentamente las aguas.
-Sí -dijo luego-. Hay un banco debajo de nosotros.
-¿Podremos pasar?
-La marea sube rápidamente y creo que dentro de unos minutos podremos continuar el
descenso del río. -Esperemos, pues.
La tripulación, aunque ignoraba por qué se había detenido el prao, no se movió. Pero
Sandokán había oído el crujido característico de las carabinas al ser montadas, y había visto a
los artilleros curvarse en silencio sobre el cañón y las dos espingardas.
Pasaron algunos minutos de angustiosa espera para todos; luego se oyeron hacia proa
y bajo la quilla algunos crujidos. El prao, levantado por la marea, que subía rápida, se
deslizaba sobre el banco de arena.
Al poco rato, se había librado de aquel fondo firme, balanceándose levemente.
-Desplegad una vela -ordenó Sandokán a los hombres de maniobra.
-¿Será suficiente, capitán? -preguntó Sabau. - ܈ZܘH