su cimitarra.
Luego su mirada, que brillaba como vivo fuego, recorría el mar que
circundaba las Tres Islas, como si intentase descubrir alguna cosa. Sin duda temía ser sorprendido por lord Guillonk en el furor de la batalla y cogido por la espalda.
El cronómetro de a bordo señalaba el mediodía, cuando los tres praos llegaron a la
desembocadura de la bahía.
El crucero estaba anclado justamente en el centro. En la punta de la cangreja 56'
ondeaba la bandera inglesa y en la cima del palo mayor el gran estandarte de los barcos de
guerra. Sobre el puente se veían varios hombres paseando. Los piratas, al ver aquella nave a
tiro de cañón, se precipitaron como un solo hombre sobre las piezas de artillería, pero
Sandokán los detuvo con un gesto.
-Todavía no -dijo-. ¡Yáñez!
El portugués subía entonces, disfrazado de oficial del sultán de Varauni, con una gran
casaca verde, largos calzones y un voluminoso turbante en la cabeza. En la mano llevaba una
carta.
-¿Qué papel es ése? -preguntó Sandokán. -La carta que entregaré a lady Marianna. ¿Qué has escrito?
-Que estamos preparados y que no se traicione. -Tendrás que entregársela tú, si quieres
atrincherarte junto a ella en el camarote.
-No se la encomendaré a nadie, puedes estar tranquilo, hermanito mío.
-¿Y si el comandante te acompañase hasta ella?
-Si veo que el asunto se embrolla, lo mato -respondió Yáñez fríamente.
-Te juegas una fea carta, Yáñez.
-¡La piel, querrás decir! Pero espero seguir conservándola intacta. En fin, escóndete y
déjame el mando de los barcos durante unos minutos. Y vosotros, cachorros, componed un
poco más cristianamente esos hocicos, y recordad que somos fidelísimos súbditos de ese gran
canalla que se hace llamar sultán de Borneo.
Estrechó la mano a Sandokán, se acomodó bien el turbante y gritó:
-¡A la bahía!
El barco entró en la pequeña ensenada y se aproximó al crucero, seguido a breve
distancia por los otros dos.
-¿Quién vive? -preguntó un centinela.
-Borneo y Varauni -respondió Yáñez-. Noticias importantes de Victoria. ¡Eh, Paranoa,
deja caer el ancla y suelta la cadena, y vosotros, abajo los guarda bordos! ¡Atentos a los
tambores!...
Antes que los centinelas abrieran la boca para impedir que el prao llegara bordo contra
bordo, ya estaba realizada la maniobra. El barco fue a chocar contra el crucero bajo el ancla
de estribor y se quedó allí encolado.
-¿Dónde está el comandante? -preguntó Yáñez a los centinelas.
-Separad el barco -dijo un soldado.
-¡Al diablo los reglamentos! -respondió Yáñez-. ¡Por Júpiter! ¿Tenéis miedo de que
mis barcos hundan el vuestro? Vamos, espabilaos y llamad al comandante, que tengo órdenes
que comunicarle.
El teniente subía entonces al puente con sus oficiales. Se aproximó a la amura de popa
y, al ver a Yáñez que le mostraba una carta, mandó bajar la pasarela.
«Ánimo», murmuró Yáñez, volviéndose hacia los piratas, que miraban fijamente al
56
Vela de cuchillo de forma trapezoidal que, mediante la verga llamada cangreja, puede girar en torno a un palo
o correr arriba y abajo del mismo
Página 184