Test Drive | Page 183

crucero, fingiéndome mandado por lord James. -Magnífico. -Diré al comandante que tengo que entregar una carta a lady Marianna y, apenas me encuentre con ella en su camarote, me atrincheraré con ella. Al primer silbido mío, os lanzáis contra el barco y comenzáis la lucha. -¡Ah, Yáñez! -exclamó Sandokán, estrechándolo contra su pecho-. ¡Cuánto te deberé, si lo logras! -Lo conseguiré, Sandokán, siempre que lleguemos antes que lord Guillonk. En aquel instante se oyó gritar desde el puente: -¡Las Tres Islas! Sandokán y Yáñez se apresuraron a subir a cubierta. Las islas señaladas aparecían a siete u ocho millas. Todos los ojos de los piratas examinaron aquel montón de acantilados, buscando ávidamente el crucero. -Ahí está -exclamó un dayako-. Allá veo el humo. -Sí -confirmó Sandokán, cuyos ojos parecieron incendiarse-. Allá se ve un penacho negro que se alza detrás de aquel arrecife. ¡El crucero está allí! Procedamos con orden y preparémonos para el ataque -dijo Yáñez-. Paranoa, que embarquen otros cuarenta hombres en nuestro prao. El trasbordo se realizó con presteza y la tripulación, de unos setenta hombres aproximadamente, se reunió en torno a Sandokán, que hizo señas de querer hablar. -Cachorros de Mompracem -dijo con aquel tono de voz que fascinaba e infundía a aquellos hombres un valor sobrehumano-: la partida que vamos a jugarnos será terrible, porque tendremos que luchar contra una tripulación más numerosa y aguerrida que la nuestra; pero recordad que ésta será la última batalla que combatiréis bajo el Tigre de Malasia y será la última vez que os encontraréis frente a los que destruyeron nuestro poderío y violaron nuestra isla, nuestra patria adoptiva. Cuando yo dé la señal, irrumpid con el antiguo valor de los tigres de Mompracem sobre el puente del barco: ¡yo lo quiero así! -Los exterminaremos a todos -exclamaron los piratas, agitando frenéticamente las armas-. Ordenad, Tigre. -Ahí, en ese maldito barco que vamos a atacar, está la reina de Mompracem. ¡Quiero que vuelva a ser mía, que vuelva a ser libre! -La salvaremos o moriremos todos. -Gracias, amigos; ahora a vuestros puestos de combate, y desplegad en los palos las banderas del sultán. Izaron los estandartes, y los tres praos se dirigieron hacia la primera isla y más exactamente hacia una pequeña bahía, en cuyo fondo se veía confusamente una masa negra rematada por un penacho de humo. -Yáñez -dijo Sandokán-, prepárate; dentro de una hora estaremos en la bahía. -Esto se hace en un momento -respondió el portugués, y desapareció bajo el puente. Los praos continuaban avanzando con las velas tercerolas y la gran bandera del sultán de Varauni en la cima del palo mayor. Los cañones estaban preparados, las espingardas también y los piratas tenían las armas a mano, dispuestos a lanzarse al abordaje. Sandokán espiaba atentamente desde proa al crucero, que se hacía más visible a cada minuto y que parecía estar anclado, a pesar de que aún tuviera encendida la máquina. Se diría que el formidable pirata, con la potencia de su mirada, intentaba descubrir a su adorada Marianna. Profundos suspiros se le desbordaban de cuando en cuando de su amp lio pecho, su frente se oscurecía y sus manos atormentaban impacientemente la empuñadura de Página 183