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1. 32 La última batalla del Tigre Cambiado el rumbo, los piratas pusieron febrilmente manos a la obra, para prepararse a la batalla, que sería sin duda tremenda y quizá la última que sostendrían contra el aborrecido enemigo. Cargaban los cañones, montaban las espingardas, abrían los barriles de pólvora, amontonaban a proa y a popa enorme cantidad de balas y de granadas, cortaban las jarcias inútiles y reforzaban las más necesarias, improvisaban barricadas y preparaban los garfios de abordaje. Llevaron a cubierta hasta los recipientes de bebidas alcohólicas para derramarlos sobre el puente del barco enemigo e incendiarlo. Sandokán los animaba a todos con el gesto y con la voz, prometiéndoles echar a pique aquel buque que lo había tenido encadenado, le había destruido a los más valientes campeones de la piratería y le había arrebatado a su prometida. -¡Sí, destruiré a ese maldito, lo incendiaré! -exclamaba-. Quiera Dios que llegue a tiempo para impedir que lord Guillonk me la arrebate. Atacaremos incluso al lord, si es necesario -dijo Yáñez-. ¿Quién podrá resistir el ataque de ciento veinte tigres de Mompracem? -¿Y si llegásemos demasiado tarde y el lord hubiera partido ya para Sarawak a bordo de un barco rápido? -Lo alcanzaremos en la ciudad de James Brooke. Más me preocupa el modo de apoderarnos del crucero, que a estas horas ya debe de estar anclado en las Tres Islas. Habría que sorprenderlo, pero... ¡Ah, qué desmemoriados somos!... -¿Qué quieres decir? -Sandokán, ¿recuerdas lo que intentó hacer lord James, cuando lo atacamos en el sendero de Victoria? -Sí -murmuró Sandokán, que sintió que se le erizaban los cabellos en la cabeza-. ¡Gran Dios!... ¿Y tú crees que el comandante...? -Puede haber recibido la orden de matar a Marianna antes que dejarla caer de nuevo en nuestras manos. -¡No es posible!... ¡No es posible!... -Y yo te digo que temo por tu prometida. -¿Y entonces? -preguntó Sandokán con un hilo de voz. Yáñez no respondió; parecía absorto en profundos pensamientos. De pronto, se dio un golpe en la frente con violencia, exclamando: -¡Ya está!... -Habla, hermano, explícate. Si tienes un plan, échalo fuera. -Para impedir que pueda suceder una catástrofe, sería necesario que uno de nosotros, en el momento del ataque, estuviera cerca de Marianna para defenderla. -Es cierto, pero ¿de qué modo? -He aquí el plan. Tú sabes que en la escuadra que nos atacó en Mompracem había praos del sultán de Borneo. -No lo he olvidado. -Yo me disfrazaré de oficial del sultán, enarbolaré la bandera de Varauni y abordaré el Página 182