-Seguiría al piróscafo y lo abordaría.
-Es lo que iba a proponerte. ¿Sabes hacia dónde se dirige el buque?
-Lo ignoro, pero me parece que navegaba hacia las
Tres Islas cuando lo dejé.
-¿Qué irá a hacer allí? Aquí hay gato encerrado, hermanito mío. ¿Navegaba muy
deprisa?
-A unos ocho nudos por hora.
-¿Qué ventaja puede llevarnos?
-Quizá treinta millas.
-Entonces podemos alcanzarlo si el viento se mantiene bueno, pero...
Yáñez se interrumpió al oír en el puente un movimiento insólito y un agudo vocerío.
-¿Qué pasa? -preguntó.
-¿Habrán descubierto al crucero? -Subamos, hermanito mío.
Abandonaron precipitadamente el camarote y subieron a cubierta. Justo en aquel
momento algunos hombres estaban sacando del agua una cajita de metal, que un pirata, a las
primeras luces del alba, había descubierto a unas docenas de metros a estribor.
-¡OH!... ¡OH!... -exclamó Yáñez-. ¿Qué significa esto? ¿Contendrá algún documento
precioso? No me parece una caja corriente.
-Seguimos yendo tras las huellas del piróscafo, ¿verdad? -preguntó Sandokán, que, sin
saber por qué, se sentía agitado.
-Siempre -respondió el portugués. -¡Ah! Si fuera...
-¿Qué?
Sandokán, en vez de responder, sacó el kriss y de un golpe rápido rajó la cajita.
Enseguida se descubrió en el interior un papel algo húmedo, pero en el que podían leerse
claramente unas líneas escritas con una caligrafía fina y elegante...
-¡Yáñez!... ¡Yáñez!... -balbuceó Sandokán con voz temblorosa.
-Lee, hermanito mío, lee.
-Me parece que me he quedado ciego...
El portugués le quitó el papel de la mano y leyó:
¡Auxilio! Me llevan a las Tres Islas, donde me alcanzará mi tío para conducirme a
Sarawak.
Sandokán, al oír aquellas palabras, lanzó un aullido de fiera herida. Se echó las manos
a los cabellos, arrancándoselos con furor, y vaciló como si hubiera sido alcanzado por una
bala.
-¡Perdida!... ¡Perdida!... ¡El lord!... -exclamó.
Yáñez y los piratas lo habían rodeado y lo miraban con ansiedad, con una profunda
emoción. Parecía que sufrían las mismas penas que desgarraban el corazón de aquel
desventurado.
-¡Sandokán! -exclamó el portugués-. La salvaremos, te lo juro, así tengamos que
abordar el barco del lord y atacar Sarawak y a James Brooke que lo gobierna.
El Tigre, poco antes abatido por aquel fiero dolor, se puso en pie con el rostro
contraído y los ojos en llamas.
-¡Tigres de Mompracem! -tronó-. ¡Tenemos que exterminar a los enemigos y salvar a
nuestra reina! ¡Todos a las Tres Islas!
-¡Venganza! -aullaron los piratas-. ¡Muerte a los ingleses y viva nuestra reina!...
Un instante después los tres praos daban una bordada, velejando55' hacia las Tres Islas.
55
Es decir, valiéndose de las velas para navegar.
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