Test Drive | Page 181

-Seguiría al piróscafo y lo abordaría. -Es lo que iba a proponerte. ¿Sabes hacia dónde se dirige el buque? -Lo ignoro, pero me parece que navegaba hacia las Tres Islas cuando lo dejé. -¿Qué irá a hacer allí? Aquí hay gato encerrado, hermanito mío. ¿Navegaba muy deprisa? -A unos ocho nudos por hora. -¿Qué ventaja puede llevarnos? -Quizá treinta millas. -Entonces podemos alcanzarlo si el viento se mantiene bueno, pero... Yáñez se interrumpió al oír en el puente un movimiento insólito y un agudo vocerío. -¿Qué pasa? -preguntó. -¿Habrán descubierto al crucero? -Subamos, hermanito mío. Abandonaron precipitadamente el camarote y subieron a cubierta. Justo en aquel momento algunos hombres estaban sacando del agua una cajita de metal, que un pirata, a las primeras luces del alba, había descubierto a unas docenas de metros a estribor. -¡OH!... ¡OH!... -exclamó Yáñez-. ¿Qué significa esto? ¿Contendrá algún documento precioso? No me parece una caja corriente. -Seguimos yendo tras las huellas del piróscafo, ¿verdad? -preguntó Sandokán, que, sin saber por qué, se sentía agitado. -Siempre -respondió el portugués. -¡Ah! Si fuera... -¿Qué? Sandokán, en vez de responder, sacó el kriss y de un golpe rápido rajó la cajita. Enseguida se descubrió en el interior un papel algo húmedo, pero en el que podían leerse claramente unas líneas escritas con una caligrafía fina y elegante... -¡Yáñez!... ¡Yáñez!... -balbuceó Sandokán con voz temblorosa. -Lee, hermanito mío, lee. -Me parece que me he quedado ciego... El portugués le quitó el papel de la mano y leyó: ¡Auxilio! Me llevan a las Tres Islas, donde me alcanzará mi tío para conducirme a Sarawak. Sandokán, al oír aquellas palabras, lanzó un aullido de fiera herida. Se echó las manos a los cabellos, arrancándoselos con furor, y vaciló como si hubiera sido alcanzado por una bala. -¡Perdida!... ¡Perdida!... ¡El lord!... -exclamó. Yáñez y los piratas lo habían rodeado y lo miraban con ansiedad, con una profunda emoción. Parecía que sufrían las mismas penas que desgarraban el corazón de aquel desventurado. -¡Sandokán! -exclamó el portugués-. La salvaremos, te lo juro, así tengamos que abordar el barco del lord y atacar Sarawak y a James Brooke que lo gobierna. El Tigre, poco antes abatido por aquel fiero dolor, se puso en pie con el rostro contraído y los ojos en llamas. -¡Tigres de Mompracem! -tronó-. ¡Tenemos que exterminar a los enemigos y salvar a nuestra reina! ¡Todos a las Tres Islas! -¡Venganza! -aullaron los piratas-. ¡Muerte a los ingleses y viva nuestra reina!... Un instante después los tres praos daban una bordada, velejando55' hacia las Tres Islas. 55 Es decir, valiéndose de las velas para navegar. Página 181