Test Drive | Page 179

Sandokán la esperaba. Apenas la vio tan cerca, se lanzó encima de ella, aferrándola por una aleta del dorso, y de una terrible puñalada le desgarró el vientre. El enorme pez, herido quizá de muerte, con una brusca contorsión se liberó del adversario, que estaba a punto de intentar de nuevo el golpe, y volvió a subir a la superficie. Al ver a dos pasos al dayako, se deslizó sobre el dorso para cortarlo en dos. Pero Sandokán estaba también sumergido. El puñal que ya había herido a la cornudilla la golpeó esta vez en medio del cráneo y con tal fuerza que la hoja se le quedó allí clavada -Torna también éstas -gritó el dayako, acribillándola de puñaladas. La cornudilla se sumergió finalmente y para siempre, dejando en la superficie una gran mancha de sangre, que se ensanchaba rápidamente. -Creo que no volverá más a la superficie -dijo Sandokán-. ¿Qué me dices ahora, Juioko? El dayako no respondió. Apoyándose en el salvavidas, intentaba alzarse para lanzar lejos sus miradas. -¿Qué buscas? -le preguntó Sandokán. -¡Allá..., mirad..., hacia el noroeste! -gritó Juioko-. ¡Por Alá!... ¡Veo una gran sombra..., un velero! -¿Yánez, quizá? -preguntó Sandokán con viva emoción. -La oscuridad es demasiado profunda para distinguirla bien, pero siento que el corazón me late deprisa, capitán. -Déjame que suba sobre tus hombros. El dayako se aproximó, y Sandokán, apoyándose en él, sacó más de medio cuerpo fuera de las olas. -¿Qué veis, capitán? -¡Es un prao! ¡Si fuera él!... ¡Maldición! -¿Por qué juráis? -Son tres los barcos que avanzan. ¿Estáis seguro? -Segurísimo. -¿Habrá encontrado Yánez ayuda? -¡Es imposible! -¿Qué hacemos entonces? Llevamos nadando ya más de tres horas y os confieso que comienzo a estar cansado. -Te comprendo; amigos o enemigos, haremos que nos recojan. Pide ayuda. Juioko reunió sus propias fuerzas y con voz tronante gritó: -¡Ah de la nave!... ¡Auxilio!... Un momento después se oyó en el mar un tiro de fusil y una voz que gritaba: -¿Quién llama? -Náufragos. -Esperad. Enseguida se vio a los tres barcos dar una bordada y aproximarse rápidamente, pues el viento ya era un tanto fuerte. -¿Dónde estáis? -preguntó la voz de antes. -Aquí cerca -respondió Sandokán. Siguió un breve silencio y luego exclamó otra voz: -¡Por Júpiter!... ¡O mucho me equivoco o es él!... -¿Quién vive? Sandokán, de un impulso, salió de las olas hasta la mitad del cuerpo, gritando -¡Yáñez!... ¡Yáñez!... ¡Soy yo, el Tigre de Malasia! A bordo de los tres barcos se elevó un solo grito: -¡Viva el capitán!... ¡Viva el Tigre! Página 179