Sandokán la esperaba. Apenas la vio tan cerca, se lanzó encima de ella, aferrándola
por una aleta del dorso, y de una terrible puñalada le desgarró el vientre.
El enorme pez, herido quizá de muerte, con una brusca contorsión se liberó del
adversario, que estaba a punto de intentar de nuevo el golpe, y volvió a subir a la superficie.
Al ver a dos pasos al dayako, se deslizó sobre el dorso para cortarlo en dos. Pero Sandokán
estaba también sumergido.
El puñal que ya había herido a la cornudilla la golpeó esta vez en medio del cráneo y
con tal fuerza que la hoja se le quedó allí clavada
-Torna también éstas -gritó el dayako, acribillándola de puñaladas.
La cornudilla se sumergió finalmente y para siempre, dejando en la superficie una gran
mancha de sangre, que se ensanchaba rápidamente.
-Creo que no volverá más a la superficie -dijo
Sandokán-. ¿Qué me dices ahora, Juioko?
El dayako no respondió. Apoyándose en el salvavidas, intentaba alzarse para lanzar
lejos sus miradas.
-¿Qué buscas? -le preguntó Sandokán.
-¡Allá..., mirad..., hacia el noroeste! -gritó Juioko-. ¡Por Alá!... ¡Veo una gran
sombra..., un velero!
-¿Yánez, quizá? -preguntó Sandokán con viva emoción.
-La oscuridad es demasiado profunda para distinguirla bien, pero siento que el corazón
me late deprisa, capitán.
-Déjame que suba sobre tus hombros.
El dayako se aproximó, y Sandokán, apoyándose en él, sacó más de medio cuerpo
fuera de las olas. -¿Qué veis, capitán?
-¡Es un prao! ¡Si fuera él!... ¡Maldición! -¿Por qué juráis?
-Son tres los barcos que avanzan.
¿Estáis seguro?
-Segurísimo.
-¿Habrá encontrado Yánez ayuda? -¡Es imposible!
-¿Qué hacemos entonces? Llevamos nadando ya más de tres horas y os confieso que
comienzo a estar cansado.
-Te comprendo; amigos o enemigos, haremos que nos recojan. Pide ayuda.
Juioko reunió sus propias fuerzas y con voz tronante gritó:
-¡Ah de la nave!... ¡Auxilio!...
Un momento después se oyó en el mar un tiro de fusil y una voz que gritaba:
-¿Quién llama?
-Náufragos.
-Esperad.
Enseguida se vio a los tres barcos dar una bordada y aproximarse rápidamente, pues el
viento ya era un tanto fuerte.
-¿Dónde estáis? -preguntó la voz de antes. -Aquí cerca -respondió Sandokán.
Siguió un breve silencio y luego exclamó otra voz: -¡Por Júpiter!... ¡O mucho me
equivoco o es él!...
-¿Quién vive?
Sandokán, de un impulso, salió de las olas hasta la mitad del cuerpo, gritando
-¡Yáñez!... ¡Yáñez!... ¡Soy yo, el Tigre de Malasia! A bordo de los tres barcos se elevó
un solo grito: -¡Viva el capitán!... ¡Viva el Tigre!
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