Test Drive | Page 175

muchacha! -Esperemos que no venga solo. -Busquemos, amigo mío. Se pusieron a_ nadar en redondo buscando por todas partes y, al cabo de unos minutos, lograron encontrar el otro, que no se había alejado demasiado del primero. -Esta sí que es una suerte que no me esperaba -dijo Juioko en tono alegre-. ¿Adónde nos dirigimos ahora? -La corbeta venía del noroeste; así pues, creo que en esa dirección podremos encontrar a Yáñez. -¿Lo encontraremos? -Eso espero -respondió Sandokán. -Tendremos que esperar varias horas. El viento es débil y el prao del señor Yáñez no debe de avanzar mucho. -¿Qué importa? -dijo Sandokán. ¿Y no pensáis en los tiburones, capitán? Vos sabéis que en estos mares abundan esos ferocísimos escualos. Sandokán se estremeció involuntariamente y echó a su alrededor una mirada inquieta. -Hasta ahora no he visto emerger ninguna cola ni ninguna aleta -dijo al fin-. Esperemos que los escualos nos dejen tranquilos. Vamos, lancémonos hacia el noroeste. Si no encontrásemos a Yáñez, continuando en esa dirección arribaríamos a Mompracem o a alguno de los arrecifes que se extienden hacia el sur. Se aproximaron el uno al otro con el fin de estar mejor preparados para protegerse en caso de peligro y se pusieron a nadar en la dirección elegida, intentando sin embargo economizar sus fuerzas, porque no ignoraban que la tierra estaba muy lejos. A pesar de que ambos estaban decididos a todo, el miedo de ser sorprendidos de un momento a otro por algún tiburón había logrado hacerse camino en sus corazones. Especialmente el dayako se sentía asaltado por un verdadero terror. De cuando en cuando se detenía para mirar a su espalda, creyendo oír detrás de sí coletazos y roncos suspiros, e instintivamente encogía las piernas por miedo de sentirlas tronchadas por los dientes formidables de esos tigres del mar. -Yo no había experimentado jamás el miedo -decía-. He tomado parte en más de cincuenta abordajes, he matado con mis propias manos no pocos enemigos y hasta me he medido con los grandes simios de Borneo e incluso con los tigres de la jungla, y sin embargo ahora estoy temblando como si tuviera fiebre. La idea de encontrarme de improviso delante de uno de esos ferocísimos escualos hace que la sangre se me hiele. Capitán, ¿no veis nada? -No -respondía invariablemente Sandokán con voz tranquila. -Es que me ha parecido oír otra vez detrás de mí un ronco suspiro. -Es efecto del miedo. Yo no he oído nada. -¿Y ese chapoteo? -Ha sido producido por mis pies. -Mis dientes están entrechocando. -Tranquilo, Juioko. Estamos armados de fuertes puñales. -¿Y si los escualos llegan bajo el agua? -Nos sumergiremos también nosotros y nos enfrentaremos con ellos resueltamente. -¡Y si el señor Yáñez no nos ve!... -Debe de estar todavía muy lejos. -¿Lo encontraremos, capitán? -Tengo esa esperanza... Yáñez me quiere demasiado para haberme abandonado a mi triste destino. El corazón me dice que seguía a la corbeta. -Pero no se le ve aparecer. -Paciencia, Juioko. El viento aumenta poco a poco y hará correr al prao. -Y con el viento tendremos también olas. Página 175